Una palabra dirigida especialmente a los padres jóvenes.

Uno de los deberes fundamentales del matrimonio, padre y madre, es la enseñanza de sus hijos.

Cuando el Nuevo Testamento instruye a los padres sobre su rol como padres, es bastante escueto, pero muy directo. Hay solamente dos versículos que tratan sobre el asunto. Efesios 6:4: «Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor». Colosenses 3:21: «Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten».

Noten que aquí no se dice: ‘Padres, amad a vuestros hijos’. ¿Por qué razón no se habla de amar a los hijos, sino de instruirlos y amonestarlos? Porque el amor no es necesario mandarlo. El amor está. Desde el momento que nació, cuando lo vieron, cuando tuvieron a esa criatura en sus brazos, todo el amor que habían albergado en su corazón se derramó sobre esa criatura.

Normalmente la Escritura ordena aquello que no brota espontáneamente. Por ejemplo, la Escritura dice a los maridos: «Amad a vuestras mujeres», porque eso no fluye tan naturalmente. De la misma manera, cuando la Escritura dice a las mujeres que tienen que sujetarse a sus maridos en todo, es porque eso tampoco fluye muy naturalmente. Por eso el Señor lo manda. Luego, cuando dice, a los hijos: «Hijos, obedeced a vuestros padres…», eso tampoco es tan fácil. Porque sabemos que honrar a los padres es más que darles cariño. Entonces, en las relaciones familiares, siempre la Escritura ordena aquello que no fluye tan naturalmente. El Señor dijo: «… porque separados de mí, nada podéis hacer» (Juan 15:5).

Entonces, cuando la Escritura dice a los padres que tienen que criar a los hijos en disciplina y amonestación del Señor, no exasperándolos, no provocándolos a ira, tenemos que poner atención, porque hay allí una dificultad natural. A los padres les resulta mucho más fácil amar y consentir a los hijos, que amonestarlos y disciplinarlos.

Amonestar significa instruir, enseñar, sobre todo cuando es necesario tocar algún aspecto que no está funcionando bien. Es aquí donde los padres necesitan poner un equilibrio a ese amor natural que todo lo consiente, que todo lo aprueba. Los padres piensan así: ‘Mi hijo es el mejor; mi hija es la más bella’. ¿Se han fijado cuando un niño está haciendo desorden en las reuniones? Los hermanos que están a su alrededor se incomodan, pero la única persona que no percibe que su hijo está dando problemas, es la mamá. La tendencia natural de los padres es a obviar los defectos, las desobediencias de sus hijos, porque el amor es muy fuerte, y ese amor a veces es bastante consentidor.

El Señor ordena a los padres que equilibremos ese amor, que seamos sensatos en ese amor, agregándole un elemento necesario, como es la disciplina y la amonestación. Ahora, por eso aquí no vamos a hablar del amor, porque el amor es abundante. Vamos a hablar de este otro aspecto que equilibra el amor: la disciplina y la amonestación del Señor.

Tres clases de familias

Usted puede advertir, al menos, tres tipos de familias: las familias patriarcales, las matriarcales y las ‘filiarcales’.

La familia donde la autoridad la ejerce el marido, y cuando esa autoridad es absoluta –la esposa y los hijos corren para servir al padre– eso es un patriarcado. Las generaciones de nuestros abuelos y tatarabuelos eran generaciones patriarcales.

Pero después, en la década de los ‘60 ó ’70 del siglo pasado comenzó una revolución: la reivindicación del papel de la mujer. Y en algunos sectores eso pegó tan fuerte que se produjo un verdadero cambio en la forma de vida de las familias, y entonces las mujeres en el mundo empezaron a tener no sólo mucha voz y voto sino también autoridad. Ahora bien, un hogar donde la mujer gobierna, sea en forma abierta o disimulada, denominamos matriarcado.

Y creo que en estas últimas décadas estamos presenciando atisbos de ‘filiarcado’, es decir, de familias donde los hijos gobiernan y manipulan a sus padres.

Muchos padres llegan a los colegios de enseñanza media, desesperados. Ellos dicen: ‘Ya no puedo hacer nada por mi hijo. Por favor, ¡ayúdenos usted! Él hace lo que quiere, llega a casa a la hora que quiere. Me exige dinero, me exige esto y lo otro, y tengo que dárselo, porque temo que se vaya de casa, o que atente contra su vida’. ¡Hay padres que tiemblan ante sus hijos, porque ellos mandan, ellos tienen el control!

Ahora, existe una presión social muy fuerte sobre las familias. Hoy en día, un niño de seis años ya necesita un computador, y nosotros los viejos, que no entendemos mucho del asunto, nos sentimos obligados a ceder. Sus amigos lo tienen, en la escuela lo exigen. Y así nos vamos poniendo al servicio de los hijos.

Esto trae consigo grandes peligros, porque si bien ellos tienen la inteligencia para manejar esa tecnología, no tienen la sabiduría. La sabiduría no está en ellos, sino en los padres. Y la sabiduría es más que la inteligencia, es más que tener cierta habilidad para cosas específicas. La sabiduría tiene que ver con la forma como enfrentamos la vida, cómo nos preparamos para la vida. Y son los padres los que tienen que preparar a sus hijos para la vida.

Ahora, también los padres creyentes tienen problemas con sus hijos. Muchos padres se acercan a sus pastores a pedir ayuda urgente. ‘Mi hijo tiene quince, dieciséis o diecisiete años y tiene este problema. Yo no sé cómo ayudarlo. Por favor, ¡ayúdenme a ayudar!’.

La necesaria disciplina

¿Dónde estuvo el problema? Probablemente el problema comenzó cuando él tenía cinco, seis, o siete años. Porque en este tiempo faltó disciplina, no se pusieron reglas claras. Es preciso poner reglas claras, y que se cumplan esas reglas. ¿Cuáles reglas? Ahí usted, papá y mamá, tienen la sabiduría. Ustedes tienen el Espíritu Santo adentro. El Espíritu Santo le guiará, le enseñará, le mostrará hasta dónde, cuáles son los límites. Pero si no hay reglas claras, vamos a criar hijos sin voluntad, como una hoja de otoño: que van para donde va el viento, sin principios, sin nada claro. Su mente no va a estar conformada, sino que va a estar deformada.

Dice Pablo a Timoteo que la ley es buena si uno la usa legítimamente. ¿Y con quién dice él que hay que usar la ley? 1ª Timoteo 1:9. «…conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes – La desobediencia no hay que enseñársela a los niños, porque la traen en los genes – para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos…». Ahora, ¿nuestros hijos pequeños caen en esta descripción tan terrible? ¡La ley es buena si uno la usa legítimamente!

Aquí en este asunto de las reglas y de las normas para nuestros hijos, hay un asunto importante: Note que cuanto más escolaridad tienen los padres cristianos, es más difícil para ellos poner reglas. ¿Por qué? Porque, en general, la instrucción produce en las personas una relativización de los principios. Mientras más escolaridad, se produce una especie de ‘mareo’, por las alturas del conocimiento humano.

Pero cuando un cristiano no tiene tanta escolaridad, y conoce poco más que la Biblia, para él es muy sencillo decir: ‘La Biblia dice esto y yo lo hago’. Como cuando dice la Biblia, por ejemplo: «La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él … el castigo purifica el corazón … La vara y la corrección dan sabiduría … El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige … Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza … No rehúses corregir al muchacho, porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, y librarás su alma del Seol».

Eso dice la Biblia en Proverbios. Pero un cristiano ‘culto’ puede argumentar: ‘Eso suena retrógrado, arcaico; eso suena a patriarcado’. Pero, ¿saben lo que hemos visto? En la práctica ocurre esto: que los hijos criados sin tantos argumentos ni tanta filosofía, sino sencillamente criados en el temor y la disciplina del Señor, son sanos, obedientes; son hermosos jóvenes.

En cambio, cuando son criados con esta ambigüedad y relativización, ahí los tenemos, todavía indecisos, sin carácter, hasta el día de hoy. El mundo los lleva y los trae.

Necesitamos jóvenes con carácter, y los jóvenes con carácter se forman cuando hay reglas, cuando hay órdenes que obedecer, cuando hay disciplina y azotes que duelen en el trasero. Entonces, es propio decirles: ‘Hijo, eso lo harán los incrédulos; pero tú no’. Y el No es No, aunque duela. Yo creo que no hay ni un padre o madre que no haya tenido que llorar por sus hijos o con sus hijos, sobre todo entre los quince y los veinte años.

En el mundo existe la ‘doctrina Spock’. Benjamín Spock, médico y profesor norteamericano, es el ‘gurú’ y mentor de las enseñanzas a los padres en el mundo. Él dice, por ejemplo: «No regañen, ni discutan, ni menos castiguen a los niños en sus rabietas, porque sólo lograrán frustrarse». ‘Padres, si ustedes luchan con sus hijos cuando están en sus rabietas, ustedes se van a frustrar, siempre van a perder’. Porque él dice que a los niños no hay que tocarlos; sólo hay que hablarles.

La Biblia dice que la necedad está apegada al corazón del muchacho; pero la vara de la corrección la alejará de él. Entonces, tenemos una opción por delante: ¿Spock 1:1 o Proverbios 22:15? Esa es la alternativa. Y nosotros que, por la gracia de Dios, somos sabios según Dios, tenemos que elegir bien.

Ahora, hermanos, les ruego, que entiendan este planteamiento. No digan ustedes: ‘El hermano se dedicó a hablar sólo de disciplina y de castigo’. Bueno, ya lo dije al comienzo: no necesitamos hablar del amor, porque ustedes aman a sus hijos. Los aman tanto que darían su vida por ellos, ¿verdad? Estamos hablando de estas otras cosas para equilibrar el amor, para que el amor no sea un amor sobreprotector, enfermizo, sino un amor sabio.

La amonestación del Señor

Eso con respecto a la disciplina. Y la amonestación es la enseñanza, la instrucción.

«Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» (Prov. 22:6). Primero, la enseñanza tierna de la madre; luego la enseñanza del padre, un poco más firme. Las dos son necesarias. En tesalonicenses, cuando Pablo habla a la iglesia, también se observa lo mismo. Pablo dice: «Yo los cuidé a ustedes como nodriza; pero después, como padre, les di instrucciones». Las dos cosas a su tiempo serán una complementación perfecta.

Los padres tienen que instruir a sus hijos desde pequeños. Hay muchas formas de hacerlo. Comprarles literatura apropiada para niños, una Biblia para niños, con ilustraciones. Grabaciones de audio, una película. Pero pienso que lo que más les va a dejar una marca a ellos va a ser la madre o el padre sentados a la orilla de la cama, antes de dormir el niño, hablarle al corazón, leerle una historia bíblica, orar con él. Esa imagen nunca se borrará.

Pero también está la enseñanza en la iglesia. Y aquí tenemos el papel de las hermanas que enseñan el domingo en las reuniones. ¿Qué hacen las hermanas en ese momento? Ellas están complementando y auxiliando el trabajo de la familia. Ellas no están reemplazando a la familia, sino colaborando.

Los padres no abandonan su responsabilidad, ni siquiera con respecto a este trabajo de las hermanas con sus hijos. Entonces, ¿qué es lo que quisiéramos pedirles hoy? Que al llegar a casa, le pregunten a sus hijos: ‘¿Qué aprendiste hoy?’. Algún versículo de memoria, alguna canción nueva, alguna historia bíblica. ¿Hay alguna tarea?

Los padres deben preocuparse de si hay algo que ellos puedan hacer para complementar esa enseñanza, o ayudar en algo. Sé que hay muchos que lo hacen, pero lo que queremos pedirles ahora es que, si lo hicieron, lo hagan mejor y más, y si no lo han hecho, lo comiencen a hacer.

Hermanos, ahora quisiera poner un poco de santo temor en el corazón de ustedes. Los niños que están creciendo ahora, van a enfrentar un mundo terrible. El mundo que nosotros estamos enfrentando hoy es un mundo todavía soportable; pero el mundo que ellos van a enfrentar en diez o quince años más, si el Señor no viene antes, va a ser un mundo terrible. Y ahí sí que se va a necesitar tener mucha firmeza; una formación sólida, principios claros, un carácter insobornable, un corazón definido por el Señor.

Hoy día casi no se puede leer un libro o ver una película que no ridiculice los principios cristianos y al mismo tiempo exalte la liberalización sexual. Y esto, sin duda, va a ir en aumento.

En Estados Unidos, más del 80% de los libros que se publican tocan algún tema como fornicación, adulterio, homosexualidad. El mundo está siendo alimentado con estas ideas. Hay escándalos de todo tipo. El mundo va a pasos agigantados hacia un despeñadero

La influencia de los padres

Entonces, ¿para quién estamos criando hijos? ¿Para el mundo o para Dios? En la Escritura encontramos un ejemplo muy interesante. En Jeremías capítulo 35 aparece la historia de los recabitas. Estos eran descendientes de un hombre que se llamaba Recab. Dios le dijo un día a Jeremías: «Anda, reúne a todos los recabitas en el templo, y dales a beber vino». Esa era una cosa aparentemente inocua, ¿verdad?

Sin embargo, cuando Jeremías intentó hacer eso, ellos dijeron: «No podemos beber, porque nuestro padre nos mandó no beber». Ahora, Dios sabía eso, pero lo hizo para probarlos. Y luego le dice a Jeremías: «¿Ves la fidelidad de los recabitas? Ellos son fieles a su padre. Sin embargo, mi pueblo Israel no escucha mis palabras».

¿Qué nos enseñan a nosotros los recabitas? Que la enseñanza de los padres deja huella, y que ella tiene que ser obedecida. ¿Por qué actúas de esa manera, o de esta otra manera? Porque en mi casa, porque mi mamá, mi papá, hacían así.

Jueces 2:7-11 dice: «Y el pueblo había servido a Jehová todo el tiempo de Josué, y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué, los cuales habían visto todas las grandes obras de Jehová, que él había hecho por Israel. Pero murió Josué hijo de Nun, siervo de Jehová, siendo de ciento diez años … Y toda aquella generación también fue reunida a sus padres. Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel. Después los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales».

¿Qué es lo que tenemos aquí? Tenemos el paso de una generación a otra, de una generación fiel a una generación infiel. La generación de Josué fue una generación fiel, pero cuando murió Josué vino otra generación que hicieron lo malo ante los ojos del Señor y sirvieron a los baales. Ahora, ¿cómo será la próxima generación entre nosotros? Damos gracias a Dios por los hijos de nuestros hermanos que están siguiendo al Señor, porque eso nos asegura que viene una segunda generación que va a seguir este camino.

Los padres y la disciplina

Pero ahora queremos proyectarnos, y mirar por estos niños que están naciendo ahora. ¿Qué será de ellos? Que el Señor nos permita tener una y otra generación de recambio, que sea formada en el temor del Señor, que sea amonestada, disciplinada, orientada, establecida sobre principios claros, para que permanezca incólume cuando vengan los vientos huracanados del anticristo.

Atrévanse a disciplinar, padres jóvenes. Si ustedes lo hacen en amor, con firmeza, el Señor los va a respaldar. Los hermanos varones que tienen un carácter bonachón, por favor, ruéguenle al Señor, porque ese carácter que aparentemente es tan bueno, tiene algunos problemas también. Dios no es un Padre bonachón. Santa Claus no es el modelo de cómo un padre debe ser. Algunos de los principales descalabros en los hijos son causados por padres bonachones.

Observe usted. Cuántos padres bonachones no supieron poner reglas, no fueron capaces de apoyar a su mujer cuanto ella intentaba ponerlas, y que tampoco fueron capaces de dar una zurra a sus hijos. Ellos prefirieron estar a favor de los hijos rebeldes en contra de su mujer que intentaba desesperadamente poner orden en su casa. Ese tipo de padres es un problema.

Ese carácter bonachón no es de Cristo. Es cierto, Cristo es bondadoso, es tierno. Pero no hay que confundir. Hay una simpatía que es de la carne y hay una simpatía que es del espíritu; hay una paciencia que es de la carne y una paciencia que es del espíritu. Todo aquello que viene en el carácter natural del hombre, no es espiritual. Entonces, ese ser bonachón tiene que ser quebrantado en algún momento, y el Señor tendrá que darle la fuerza a ese padre, ponerse firme cuando sea necesario, y poner orden en su casa.

Entonces, ¿cuál es el orden del Señor en la Palabra? El orden es éste: La mujer acoge, da las primeras enseñanzas. Luego el padre ejerce autoridad, pone orden, y respalda a su mujer en ese orden y en esa disciplina.

Hermanos, si las cosas están de otra manera, eso hay que corregirlo; con la ayuda del Señor, tenemos que corregirlo. Si el padre es el consentidor y la mamá es la que exige, eso no está bien, ese no es el orden del Señor.

Si hacemos así, no nos sorprenda que el enemigo se aproveche y cause destrozos. Pero todo con amor, todo con temor, todo con oración.

Sacrificando a los ídolos

Deuteronomio 32:17-20. «Sacrificaron a los demonios, y no a Dios; a dioses que no habían conocido, a nuevos dioses venidos de cerca, que no habían temido vuestros padres. De la Roca que te creó te olvidaste; te has olvidado de Dios tu creador. Y lo vio Jehová, y se encendió en ira por el menosprecio de sus hijos y de sus hijas. Y dijo: Esconderé de ellos mi rostro, veré cuál será su fin; porque son una generación perversa, hijos infieles».

¿Cuál es el reclamo de Dios en este pasaje – y no sólo ahí, sino también en otros pasajes afines? Es que los israelitas, el pueblo de Dios, un pueblo santo, sacrificaban sus hijos a los ídolos. Claro, nosotros no hacemos eso. Pero a veces, cuando exponemos a nuestros niños de cinco, siete u ocho años, a cierta clase de diversión electrónica del día presente, es como si los sacrificásemos a los ídolos.

Hace un tiempo, con mi esposa vimos una película que era aparentemente inocua. Había allí una escena que podía pasar inadvertida, pero que era terriblemente peligrosa. Un marido va a ver por qué los niños hacen tanto ruido en su pieza. Abre la puerta y se asoma. Adentro se veía un ambiente oscuro, con luces de colores. Luego, cierra la puerta y le comenta a la esposa, con indiferencia: ‘Están haciendo una sesión de espiritismo’. Ambos se ríen, como diciendo: ‘Ah, son cosas de niños’, y salen a cenar fuera.

Ninguno le dio importancia, lo cual significa que está correcto. Entonces, eso avala un hecho. De modo que queda en la retina: ‘Ah, sí, cuando los niños juegan, entre otras cosas, ellos hacen sesiones de espiritismo’. Fíjense, no hay mucha diferencia.

Hemos conocido el caso de jóvenes que han sido fuertemente atacados por fuerzas malignas. ¿Por qué? Porque de parte de los padres ha habido una debilidad, y le han abierto una puerta al diablo en sus hogares, o ellos se han puesto en contacto con fuerzas malignas.

Entonces, cuando se lee aquí que ellos están ofreciendo a sus hijos a los ídolos, eso es también una alerta para nosotros, no sea que estemos, de una manera más sutil pero no menos peligrosa, haciendo lo mismo.

Que el Señor tenga misericordia de nosotros, y nos libre.