Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial”.

– Hechos 26:19.

Aquel rayo de luz del cielo fue lo que llevó a Pablo a consagrarse por toda su vida. La obediencia fue el fruto de la visión. Si bien es cierto que toda consagración a Dios es algo precioso para él, una dedicación ciega tal vez no le sea de mucha utilidad.

Creo que existe una diferencia entre aquella dedicación inicial y pura, pero no instruida, que sigue a nuestra conversión y aquel acto de entregarnos a nosotros mismos que surge como fruto de una visión del plan de Dios.

Con relación a la primera, basada como tal en nuestra salvación, es posible que Dios no haga de inmediato exigencias muy severas. Pero cuando abre su corazón para revelarnos lo que él quiere que sea hecho, y cuando después de pedir nuestra disposición, recibe nuestra pronta respuesta, entonces sus demandas se intensifican.

Hemos dado nuestra palabra sobre la base de una nueva comprensión, y él nos acepta una vez más de acuerdo a nuestra palabra. Desde allí en adelante, todo lo que tenemos debe estar sometido a él para siempre.

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