¿Cuál es la estrategia de Dios para llenarlo todo de Cristo?

El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo».

– Efesios 4:10-12.

El objetivo y la estrategia de Dios

Efesios 4:10 nos da a conocer el objetivo divino, la meta de Dios: Llenarlo todo de Cristo. Ahora bien, a partir del versículo 11 se nos muestra la estrategia que siguió, y sigue, nuestro bendito Señor a fin de conseguir el propósito de su Padre. Si en el versículo 10 tenemos el «qué», aquí, podemos decir que tenemos el «cómo». No sólo necesitábamos saber el propósito, sino también la estrategia, dado que ambas cosas tienen directa relación con nosotros.

La estrategia en su primera parte consiste en que Jesucristo mismo constituyó –en su iglesia– a unos como apóstoles; a otros, en calidad de profetas; a otros, como evangelistas; y a otros, como pastores y maestros. Esta fue y es la primera acción que emprende nuestro Señor para el logro de su objetivo. Ahora bien, como ya dijimos, la estrategia tiene relación con el propósito de Dios expresado en el versículo 10. Por lo tanto, en una primera aproximación, podemos decir que los dones del ministerio, en conjunto, son el medio por el cual Jesucristo es transmitido a los santos. El propósito de Dios es llenarlo todo de Cristo. Para tal efecto, Cristo se da primeramente a los dones de Ef. 4:11 y, luego, a través de ellos, a los santos.

Los dones del ministerio son, pues, como el conducto a través del cual los santos son llenados de Cristo. Aunque este conducto es quíntuple, no obstante, el contenido es el mismo. Cada don en particular es un canal por el cual un aspecto de Cristo corre hacia los santos. Para tener la plenitud de Cristo es, pues, absolutamente necesario tener presente todos los dones del ministerio. La totalidad de Cristo se transmite a los santos a través de la totalidad de los dones del ministerio. Bastaría que faltase tan solo uno de estos dones para que una parte de Cristo no pudiera ser comunicado a los santos.

El contenido transmitido es Cristo mismo

De manera que, perfeccionar a los santos no es otra cosa que aquello que dijo Pablo escribiendo a los Gálatas: «…hasta que Cristo sea formado en vosotros» (4:19). No es de extrañar, entonces, que en el libro de los Hechos, una y otra vez, se haga mención explícita de que el contenido que los ministros del Señor transmitían era Cristo mismo: «Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo» (Hch. 5:42). «Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo» (Hch. 8:5). «En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas» (Hch. 9:20). «…y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo» (Hch. 17:3).

Ellos no predicaban de Cristo, sino a Cristo. Este matiz es muy importante, por cuanto indica que los ministros no comunicaban un mensaje intelectual acerca de Cristo, sino a Cristo mismo. Las gentes no se quedaban con una información acerca de Cristo, sino que quedaban con él. De otra manera, no se explicaría cómo muchas iglesias pudieron sobrevivir «solas». Pablo, después de un corto tiempo de estar en un lugar, generalmente tenía que irse de la ciudad producto de la persecución. En muchas de ellas, no alcanzó a constituir ancianos. No obstante, maravilla de maravillas, esas iglesias crecían y se desarrollaban.

Es que, a decir verdad, nunca quedaron solas. El Señor Jesucristo mismo quedaba con ellos por medio del Espíritu Santo. Hermoso ejemplo de esto fue la iglesia en Tesalónica. Pablo no pudo, al parecer, estar allí más de tres meses. Cuando vuelve Timoteo con información respecto de ellos, Pablo escribe su primera carta a los tesalonicenses. Esto fue entre seis a nueve meses después de la visita de Pablo a ellos. Por la carta sabemos que esta iglesia de no más de un año de existencia, estaba fuerte y vigorosa. Cuando el fundamento está bien puesto, el Espíritu Santo es suficiente para sobreedificar la iglesia.

Cristo reunió en sí mismo los cinco ministerios

Ahora bien ¿por qué se necesitan cinco dones diversos para comunicar a Cristo a los santos? ¿Por qué fueron diseñados estos dones y no otros? La razón es muy simple. Porque Cristo en los días de su manifestación fue precisamente un apóstol, un profeta, un evangelista, un pastor y un maestro. Los dones de Efesios 4: 11 no son otra cosa que los ministerios que desarrolló Cristo mismo. Por ello, quizás el nombre más correcto para describir los dones del ministerio sea «Los ministerios de Cristo».

Ahora bien, Cristo no fue un apóstol o un profeta más; él es por excelencia, el apóstol, el profeta, el evangelista, el pastor y el maestro. En efecto, únicamente a Cristo pertenece el singular de estos dones. Él, no sólo es el primer apóstol, sino además el apóstol de los apóstoles. Por lo tanto, cabe señalar que, por muy importantes y necesarios que sean los dones del ministerio, ellos no son la cabeza de la iglesia ni el último referente de ella. El único referente absoluto de la iglesia es Jesucristo mismo. Los dones del ministerio son un referente relativo para la iglesia. Son un medio y no un fin. Sólo Jesucristo es el modelo perfecto de apóstol, de profeta, de evangelista, de pastor y de maestro. Los apóstoles encuentran, pues, en Jesucristo su modelo perfecto y así sucesivamente los demás ministerios.

Jesucristo, el apóstol de nuestra profesión, es al que tenemos que considerar (Hebreos 3:1). En cuanto a su calidad de profeta, él era «el profeta que había de venir al mundo» (Jn. 6:15). Jesucristo es el profeta prometido por Moisés a los antiguos: «El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable; y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo» (Hch. 3:22-23).

Cristo fue el profeta, a través del cual Dios nos habló finalmente en los postreros días: «Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo…» (Heb. 1:1).

Como evangelista, Jesucristo no sólo anunció las buenas nuevas de paz, a los que estaban lejos y a los que estaban cerca, sino que primero él mismo hizo la paz. Por eso, él es nuestra paz (Ef. 2:14-17). Él es, hizo y anunció la paz. Él mismo es la buena noticia. Según Romanos, el evangelio de Dios, prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, era precisamente acerca de su Hijo (1:2-3).

El Señor Jesucristo es también el «Pastor y Obispo de vuestras almas» (1P. 2:25). Él dijo: «Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas» (Jn. 10: 11).

Por último, Jesucristo es el Maestro. En la última cena con sus discípulos, después de lavar los pies de ellos, les dijo: «Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro…» (Juan 13:13-14).

Por lo tanto, Jesucristo, a fin de vaciarse en plenitud en su iglesia, ha constituido apóstoles, en plural, para comunicarse a los santos; de la misma manera, ha constituido profetas a fin de traspasarse a la iglesia y, así, sucesivamente.

Cristo en los cuatro evangelios

Pero ¿tenemos algún lugar dónde encontrar y ver a Cristo como apóstol, como profeta, como evangelista, como pastor y como maestro? Sí, maravillosamente sí. ¿Dónde? En los cuatro evangelios. Y ahora entenderemos el por qué cuatro evangelios. En efecto, cada uno de los cuatro evangelios es una revelación de Jesucristo. Un solo evangelio no habría sido suficiente para contener toda la revelación de Jesucristo. Fueron necesarios cuatro. Cada uno de ellos muestra un aspecto, una cara, una faceta, que el Cristo manifestó en los días de su carne y que el Espíritu Santo inspiró en los cuatro evangelios. Los evangelios son como los cuatro seres vivientes del Apocalipsis (cf. 4: 6-7) y como los cuatro seres vivientes de Ezequiel que tenían cuatro caras cada uno (cf. Ezequiel 1:5-10).

Ahora bien ¿cómo es que en los cuatro evangelios encontramos los oficios de Cristo de apóstol, profeta, evangelista, pastor y maestro? Siempre se nos ha dicho y enseñado, y con justa razón, que Jesucristo en el evangelio de Mateo es presentado como Rey y Señor, en el evangelio de Marcos como Siervo, en el evangelio de Lucas como Salvador y en el evangelio de Juan como el Hijo de Dios. En la figura de los cuatro seres vivientes del Apocalipsis, Juan nos dice que el primero era como un león; el segundo, como un becerro o un toro o un buey; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era como un águila volando.

Coincidentemente, estas cuatro figuras calzan de manera perfecta, y en el mismo orden, con los cuatro evangelios: El león con el evangelio de Mateo; el becerro, con el evangelio de Marcos; el que tenía rostro como de hombre con el evangelio de Lucas; y el que parecía un águila volando, con el evangelio de Juan. En efecto, Mateo revela la autoridad de Jesús; Marcos, su actitud de servicio; Lucas lo revela como el representante perfecto de la raza humana; y Juan, más que ningún otro, nos revela la divinidad de Jesucristo. Nótese que el cuarto ser viviente no se parecía a un águila simplemente, sino a un águila en vuelo.

Pero aquí está el punto. Estas imágenes de Jesús, que aparecen de una manera tan clara en los cuatro evangelios, corresponden precisamente a la descripción de los distintos oficios de Ef. 4:11. En otras palabras, cada uno de los evangelios presenta a Jesús de esa determinada forma, porque precisamente a través de ellas, Jesús estaba manifestándose como Maestro, como Pastor, como Evangelista y como Apóstol y Profeta.

En efecto, en el evangelio de Mateo, Jesús enseñaba como un maestro que tenía autoridad, y no como los escribas; el evangelio de Marcos revela su incansable servicio porque, precisamente, Jesús es aquí presentado como pastor; Lucas presenta a Jesús como el Hijo del Hombre, esto es, como el representante perfecto de toda la raza humana que trae la salvación a los hombres, porque lo revela como evangelista; y Juan, al revelarnos a Jesús como el Hijo de Dios, nos revela que él es la vida eterna que el Padre nos ha dado y que esta vida es el fundamento de la vida cristiana. Jesús es el enviado del Padre que viene a revelarnos esta vida. En otras palabras, es el apóstol y profeta que procede del Padre.

Y si presentamos los cuatro evangelios de atrás hacia delante, veremos que calzan perfectamente con el orden de los dones de Efesios 4:11. Pues bien, el Cristo del evangelio de Juan es el Cristo de los apóstoles y profetas; el Cristo del evangelio de Lucas es el Cristo de los evangelistas; el Cristo del evangelio de Marcos es el Cristo de los pastores y el Cristo del evangelio de Mateo es el Cristo de los maestros.

En otras palabras, los apóstoles y profetas perfeccionan a los santos con la revelación de Jesucristo contenida en el evangelio del apóstol Juan. Los evangelistas capacitan a los santos con la revelación de Jesucristo contenida en el evangelio del apóstol Lucas. Los pastores entrenan a los santos con la revelación de Jesucristo que muestra el evangelio de Marcos y los maestros equipan a los santos con el aspecto de Cristo revelado en el evangelio de Mateo.