Esta era ya la tercera vez que Jesús se manifestaba a sus discípulos, después de haber resucitado de los muertos».

– Juan 21:14.

He aquí un pasaje que despierta curiosidad y revelación. Ésta ya era la tercera vez que Jesús se aparecía a sus discípulos, quienes lo habían acompañado por tres años y medio en su ministerio, pero en ninguna de ellas lo reconocieron físicamente: «Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa; mas los discípulos no sabían que era Jesús» (Juan 21:4). ¿Por qué cada vez que él se presentaba a sus discípulos, lo hacía de forma diferente?

Esto nos trae una revelación muy preciosa. Antes de su muerte Jesús dijo: «Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre» (Juan 16:16). Después en el verso 22 aún dice: «También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo».

Jesús quería que sus discípulos lo conociesen, a partir de su resurrección, no físicamente, sino por la fe en sus corazones. «Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros» (Jn. 14:19-20).

El Señor nos enseña que, aunque lo hubiésemos conocido según la carne, ya no le conocemos así (2 Cor. 5:16). Por eso desde ahora en adelante, a nadie debemos conocer según la carne. Aunque moramos en esta carne, ya no andamos más en la carne, sino en el espíritu (Rom. 8:9).

Él también nos enseña a no juzgar por la apariencia, sino creer que nuestros hermanos son templo del Espíritu, morada del Señor. Ya no es cada hijo de Dios quien vive, sino Cristo: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí…» (Gál. 2:20).

Cuando miramos a un hermano, no debemos ver su apariencia, sino ver a Cristo en él. Cuando abrazamos a un hermano, abrazamos a Cristo; cuando amamos a un hermano, estamos amando a Cristo; si oímos a un hermano, estamos oyendo a Cristo. Pero cuando entristecemos a un hermano, entristecemos a Cristo, pues «Cristo es el todo, y en todos» (Col. 3:11).

Jesús hoy no se presenta de forma física, sino que se manifiesta en cada uno de los que somos parte de su Cuerpo, aun en los más simples y débiles (1 Cor. 12:22). Los discípulos no lo reconocieron físicamente, pero sabían que era el Señor (Juan 21:12). Así también es con nosotros cuando nuestro corazón se alegra y arde, cuando el Señor se manifiesta por cualquier miembro de su iglesia: «Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista. Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?» (Luc. 24:31-32). Que nuestros ojos sean abiertos para ver al Señor Jesús en nuestros hermanos.

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