El hombre de los primeros capítulos de Génesis tiene los mismos cuatro aspectos que nos muestran de Cristo los evangelios.

Entonces dijo Dios; hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza … Señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra … Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto del Edén, para que lo labrara y lo guardase».

– Gn. 1:26; Gn. 1:28; Gn. 2:15.

El hombre de los primeros capítulos de Génesis tiene cuatro perfiles, y estos son: La imagen de Dios, la imagen de hombre, la imagen de rey, y la imagen de siervo. Estos cuatro aspectos concuerdan con el perfil de Cristo que nos presentan los cuatro evangelios: Mateo nos presenta a Cristo como Rey, Marcos como Siervo, Lucas como Hombre, y Juan como Dios. Estas cuatro imágenes se aprecian también claramente en la iglesia del libro de los Hechos. La iglesia que allí vemos es la expresión del carácter de un solo hombre: el de Cristo. La iglesia del libro de los Hechos es Cristo en otra forma, manifestando el cumplimiento del propósito de Dios para con el hombre de Génesis. Ese propósito no se cumplió a causa de la caída, pero en el Cristo de los evangelios es categóricamente manifestado, y llevado luego a su consumación en la vida de la iglesia. En este caso, esos cuatro perfiles no son los de un hombre individual, sino los de un hombre corporativo; un hombre que siendo muchos, conforman un solo y nuevo hombre en Cristo.

La imagen del Rey – Evangelio de Mateo

Al hombre de Génesis se le pide que señoree sobre todo lo creado, es decir, que ejerza autoridad sobre un mundo que necesita dirección. El hombre es responsable de hacer esto en representación de Dios, quien es la autoridad suprema que le ha dado este encargo. Esto no se entiende si uno no tiene el cuadro completo del por qué Dios determinó esto para con el hombre y la creación. Al mirar hacia el final, en el Apocalipsis, vemos la consumación del plan de Dios y así entendemos lo que había en el corazón de Dios. En ese cuadro completo, vemos a Dios sujetando el mundo venidero al hombre.

El mundo venidero es indescriptiblemente glorioso, y tal vez eso haya motivado la envidia de Luzbel y los ángeles que le siguieron, al saber que en ese mundo venidero, ellos no serían los protagonistas, sino el hombre. Tal vez la reflexión del salmo 8: «¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre para que le visites? Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre la obra de tus manos; todo lo sujetaste bajo sus pies…» sea, en el mejor de los casos, la reflexión del hombre genérico, en cualquier estadio del tiempo en su paso por este mundo; o en el peor de los casos, sea la reflexión de Luzbel y los ángeles caídos cuando se llenaron de envidia por el destino glorioso que le esperaba al hombre, mientras que ellos sólo serían siervos de los herederos de la salvación.

Cuando Luzbel, ahora transformado en diablo (adversario), ve al primer Adán, sabiendo que esa es la criatura por el cual él fue desplazado, y que Dios lo tiene destinado a heredar el reino y la gloria venidera, no puede menos que intentar arruinar todo lo que Dios se ha propuesto con él. Así, el hombre que estaba destinado a reinar, es subyugado por el enemigo. En la caída de Adán cayó toda la humanidad. De este modo, Satanás se apoderó de este mundo, haciéndose señor y amo.

Es por esto que se atreve a ofrecerle los reinos de este mundo a nuestro Señor Jesucristo cuando le tentó en el desierto. El primer hombre falló, y ahora, está frente al segundo Hombre, tentándole para hacerle caer e impedir de cualquier modo el plan de Dios. Sin embargo nuestro Señor le venció en la condición de hombre, hecho un poco menor que los ángeles y más aún, en la más extrema debilidad.

Los ángeles caídos jamás podrán acusar a Dios de autoritario o de injusto, pues en el derecho divino él no reaccionó como Dios para juzgarlo y someterlo, sino, para vergüenza del adversario y de las potestades superiores, ellos fueron despojados por uno que fue hecho un poco menor que los ángeles. Era preciso que el hombre reinara sobre todas las criaturas y aún sobre «el animal que se arrastra» porque éste era el designio de Dios en su sola y soberana voluntad y así fue hecho mediante la obediencia de Jesucristo Señor nuestro. Nuestro Señor destruyó al que tenía el imperio de la muerte y le arrebató las llaves de la muerte y del Hades. Con esto dejó sin efecto el reinado de Satanás, pues Cristo sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio. Ahora, la tarea de la iglesia es mantener al enemigo bajo sus pies, para que se cumpla en nosotros el designio de la voluntad de Dios.

El evangelio de Mateo nos presenta este aspecto de Jesús, el cual se manifiesta como el Rey. Es el Rey que nos trae el reino de los cielos, y las enseñanzas del reino para los súbditos del reino. Entre sus enseñanzas se presenta a sí mismo como el modelo, de quien tenemos que aprender la imagen de un Rey que es diferente a todos los reyes de la tierra que han existido. Mientras los reyes de este mundo se enseñorean de los hombres y se ubican en la punta de una pirámide para ejercer autoridad, gloriándose en la abundancia de las riquezas externas y en el poder que da el dinero, este Rey nos dice: «Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón». Es preciso que antes de llegar a reinar con Cristo en las edades venideras y en las glorias del reino que será manifestado, seamos entrenados en las contingencias de este mundo para aprender el carácter de nuestro Rey.

La iglesia del libro de los Hechos echó mano de la victoria de Cristo para mantener derrotado al enemigo. Cristo había venido a deshacer las obras el diablo y esta iglesia vivió en el poder de esa victoria. Los enfermos sanaban, los demonios eran expulsados y los pecadores se convertían de las tinieblas a la luz. Cuando los reyes de este mundo quisieron ejercer dominio sobre ellos, no tuvieron temor de sufrir las injusticias de su prepotencia con la dignidad del carácter de Cristo que estaba incorporado en ellos, haciendo frente a un mundo adverso y hostil sin defenderse a sí mismos, sino mansos y humildes como su Rey. Así mostraron la imagen del Rey en forma corporativa, reinando sobre el mundo, la carne y el diablo.

La imagen del Siervo – Evangelio de Marcos

El hombre de Génesis estaba destinado a servir; se le dio la orden de labrar el huerto y cuidarlo. Eso es válido también para nosotros. Si fuimos creados para llevar la imagen de Dios, tenemos que aprender a servir, pues Él nos ha dicho mediante el Señor Jesucristo: «Mi Padre hasta ahora trabaja y yo también trabajo». El enemigo se negó a servir a los que serían herederos de la salvación. Cuando vio al hombre en el huerto, descuidado de su función de labrar y cuidar, vino para tentar a la mujer que estaba sola. El resultado fue que a causa de la desobediencia, el hombre fue expulsado del huerto y condenado a ganarse el pan con el sudor de su frente. La tierra, fuera del huerto, se llenaría de malezas, y el trabajo, que originalmente era una función agradable y renovadora, se convertiría en una aflicción para él. Desde entonces, el hombre caído ha establecido un sistema de riquezas injustas en el que los más adelantados se aprovechan de los más débiles. Cuando nuestro Señor Jesús vino, los hombres buscaban los puestos de autoridad para mandar y evitar así el servicio. Es lo que siempre han hecho, pero Cristo dijo: «Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos» (Mr. 9:33).

Nuestro Señor Jesucristo es presentado en el evangelio de Marcos como el que sirve. Efectivamente, él vino como el Siervo de Dios. Lo que el enemigo no quiso aceptar para sí y desdibujó en la naturaleza del hombre por la caída, Cristo lo viene a restaurar, pues el servicio es parte de la naturaleza de Dios. Nosotros estamos siendo entrenados en este mundo para incorporar esta cualidad del carácter de nuestro Señor Jesucristo. Él, siendo Dios, aceptó venir en forma de hombre, y estando en la condición de hombre, se humilló, haciéndose siervo (esclavo). En el evangelio de Marcos uno ve al Señor Jesús trabajando día y noche, orando noches enteras, sanando a los enfermos, atendiendo multitudes, supliendo las necesidades de los hombres, predicando y enseñando sin cesar.

En el libro de los Hechos vemos a una iglesia que hace exactamente lo mismo que hacía Jesús en los evangelios. En ella se reproducen las mismas obras de Cristo, su mismo carácter y servicio.

La imagen del Hombre – Evangelio de Lucas

El Evangelio de Lucas nos presenta el perfil humano de Jesús. Lucas es el único escritor gentil; él es de origen griego. Su cultura le permite ser minucioso en su investigación acerca de la persona del Señor Jesucristo. Nos presenta relatos del nacimiento de Jesús, de la presentación al octavo día con motivo de la circuncisión, del viaje hasta el templo a los doce años, de su vida en Nazaret, de cómo –iniciando su ministerio– enfrenta a Satanás en el desierto como hombre.

Satanás le tentaba diciendo: «Si eres Hijo de Dios…»; a lo que Jesús respondió: «No sólo de pan vivirá el hombre…» Esto significa que lo enfrentaba, no como Dios, sino como el Hijo del Hombre. Efectivamente, Jesús vino para vindicar al hombre, asumiendo nuestra humanidad. ¡Qué fácil hubiese sido para nuestro Señor llamar a una legión de ángeles para que le defendiesen de la crucifixión! Pero bien sabemos que de ese modo se hubiera manifestado su naturaleza divina, y en tal caso no habría representado a los hombres. Toda su obra la hizo como hombre; aunque no en las fuerzas del hombre, sino dependiendo en todo del Espíritu de Dios, quien le capacitó para enfrentar los padecimientos. La obra de Jesús no habría sido la misma si él hubiera enfrentado al enemigo como Dios. La obra de Cristo tiene mayor valor, por decirlo así, porque la hizo como el Hijo del Hombre.

El hombre de Génesis no estaba completo mientras estaba solo; recién vino a estarlo cuando Dios le hizo una compañera idónea. De esto se desprende que el hombre que Dios quiere tener finalmente no son muchos individuos salvados y glorificados, sino un hombre que sepa vivir en familia. Dios es una familia. No es una sola persona sino tres personas que coexisten en igualdad de sustancia, reciprocidad y mutualidad. Este estilo de vida es el que Dios quiere reproducir en la criatura llamada «hombre».

El Señor Jesucristo es el hombre perfecto; el hombre que Dios siempre quiso tener. Dios no está buscando a un hombre – ya lo tiene. Jesús satisfizo completamente el corazón del Padre. Todos los requerimientos del Padre respecto del hombre fueron perfectamente asumidos por Cristo, de modo que Cristo viene a ser el vicario de los hombres ante Dios.

El verdadero y más completo deseo de Dios respecto del hombre, lo vivió Jesús, y los evangelios dan cuenta de este hecho. Pero lo que resulta impresionante es que el perfil de este hombre maravilloso lo encarna la iglesia del libro de los Hechos. El Cristo de los evangelios había vivido una vida intensamente dependiente del Padre. Él dijo que vivía por el Padre, y que de la misma manera vivirían los que creyesen en él; es decir una vida dependiente de otro, en este caso, de la vida de Cristo en los que creyesen en él. Esto es lo que permitió que la iglesia, siendo muchos, fuese como un solo hombre actuando. Todos tenían un solo corazón: el de Cristo. Una misma alma y un mismo sentir: el de Cristo. El proyecto corporativo del hombre que empezó allá en Génesis se concretó en el libro de los Hechos mediante el Cristo de los evangelios.

La imagen de Dios – Evangelio de Juan

«Hagamos al hombre a nuestra imagen» fue el deseo de Dios, y conforme a este deseo apareció el hombre de Génesis; un ser que estaba destinado a ser hombre y Dios, humano y divino. Cuando Jesús manifestó que él era el Hijo de Dios, los judíos le acusaron de blasfemia, diciéndole: «Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tu siendo hombre, te haces Dios. Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? (Jn. 10:33-34). Dios quería que el hombre tuviera su imagen; el enemigo sabía que en las edades venideras Dios compartiría su gloria con el hombre, así que se adelantó ofreciéndole al hombre un camino por el cual podría llegar a ser como Dios, pues la insinuación sutil consistía en que Dios le estaba negando al hombre esta posibilidad. «Sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos y seréis como Dios sabiendo el bien y el mal» (Gn. 3:5). La mentira de Satanás consistió en hacer creer al hombre que el propósito de Dios sería alcanzado si ellos comían del árbol del conocimiento del bien y del mal.

Cristo vino y nos mostró la verdadera imagen de Dios, la imagen divina que Dios quería compartir con el hombre. Y esto consiste en vivir de una manera corporativa la vida de Dios. Así como Dios es familia, él quiere que sus hijos aprendan esta lección en este mundo: vivir la vida divina en la vida corporativa que tiene su iglesia.

En el evangelio de Juan, como en ningún otro, vemos a Cristo relacionándose con la trinidad en dieciocho capítulos, de veintiuno que tiene el libro. La imagen de Dios que Cristo nos mostró, es la imagen de un Dios que, siendo una pluralidad de Personas, es capaz de coexistir en unidad. Esta realidad es la que uno encuentra reproducida en el libro de los Hechos.

Una imagen cuádruple

La visión de Ezequiel, en el Antiguo Testamento, muestra a un ser en los cielos que tiene cuatro rostros. Uno es semejante a un León, que concuerda con el perfil de Cristo en el evangelio de Mateo donde Cristo es presentado como el Rey. Otro rostro tiene aspecto de Buey que concuerda con el evangelio de Marcos, el cual nos presenta a Cristo como Siervo. Otra cara tiene el aspecto de Hombre y éste concuerda con el evangelio de Lucas, el cual nos presenta a Cristo como El Hijo del Hombre. Y finalmente, la otra cara es semejante a un águila, y ésta concuerda con la imagen celestial y divina que el evangelio de Juan nos presenta. Lo maravilloso que estas cuatro cosas son las que se dicen del hombre de Génesis, y que, como sabemos, éste no pudo materializar por su caída. Sin embargo, en Cristo se cumple perfectamente, y luego su carácter es impreso en la iglesia que vemos en el libro de los Hechos.

Oremos para que esta iglesia sea vista en el día de hoy.