Cada pasaje de las Sagradas Escrituras tiene su propia grandeza; no obstante, hay capítulos que destacan por sobre los demás por lo que apelan al corazón humano.

Génesis 1-2:3

Creemos firmemente que el capítulo 1 de Génesis es un campo de batalla, pero yo prefiero no considerarlo en forma de controversia, sino a la manera del estudiante que se esfuerza únicamente por encontrar lo que él nos enseña.

El punto de la supuesta controversia gira alrededor del conflicto entre sus afirmaciones y las de la ciencia. No es mi propósito entrar en esa controversia, pero hay dos cosas que deseo expresar desde mi punto de vista.

Primero, creo que no existe discrepancia entre las declaraciones de la Biblia y los hechos descubiertos por la ciencia. Puede haber muchas diferencias entre las hipótesis de los científicos en su investigación de los fenómenos, y lo que la Biblia dice; como es igualmente cierto que puede haberlas entre los hechos descubiertos por la ciencia y lo que algunos dicen que la Biblia enseña; pero en esta discusión, reitero, no voy a intervenir.

Debo agregar, por vía de introducción, que es imposible abarcar completamente este capítulo en una sola de estas meditaciones. Siendo, entre otros, una cumbre de la Biblia, hemos de reconocer que ninguna cumbre puede ser abarcada en pocas palabras. Lo que podemos hacer es contemplar su contorno a grandes rasgos y notar sus valores más destacados.

El misterio del universo

Hemos de admitir que este capítulo es fundamental en la totalidad de la literatura bíblica. A medida que se lee esta literatura, sea la historia, la profecía o la poesía, vemos que no hay ninguna afirmación en este capítulo que haya sido puesta en duda. Sus declaraciones son siempre exactas y firmes.

El capítulo intenta ser la solución de lo que algunos llaman «el misterio del universo». En su totalidad, este capítulo introduce a Dios, explica la tierra en la cual vivimos, e interpreta al hombre. Y esto es todo lo que hace. Es importante recordar que aquí no se dice nada final, ni en ninguno de los asuntos a los que se refiere.

No hay nada final acerca de Dios; si tuviéramos solo este capítulo, tendríamos una revelación de Dios, mas no una revelación completa. Este capítulo, por sí solo, no pretende abarcar todo lo que hay por conocer acerca de la tierra; y de la misma manera, la interpretación que hace del hombre, no es completa ni final. Todo es preliminar.

Al considerar Génesis 1, no debemos acudir a los libros que vienen después, aunque por fuerza nos veamos compelidos a hacer precisamente eso en algunos puntos.

Tres movimientos

El capítulo puede ser dividido mecánicamente en tres movimientos, que se sintetizan por medio de tres palabras: creación, caos y cosmos; es decir, una relación del origen del Universo, de un cataclismo que sacude la tierra, y del método por medio del cual la tierra fue restaurada al orden.

La narración completa de la creación original se registra en un solo versículo: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra». Esta es una sentencia cósmica, que pone al universo entero dentro de los límites de su alcance, y que hace fijar la atención en lo que aparentemente parece ser una fracción infinitesimal del universo – la tierra.

El versículo 2 describe el cataclismo: «Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas». Luego sigue la narración de la restauración del orden, en la frase que comienza: «Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz».

Así continúa esta historia extraordinaria y poética, que termina realmente en el versículo 3 del capítulo 2, razón por la cual incluimos estos tres versículos en este capítulo, a fin de no dejar la historia incompleta.

El hecho de que, en la sentencia cósmica mencionada, se incluya al universo y se nombre a la tierra, es realmente notable. Si estuviéramos leyendo esto por primera vez, nos llamaría la atención el hecho de que el escritor sagrado, habiendo escrito: «En el principio creó Dios los cielos», que se refiere a todo el universo, incluida la tierra, haya agregado: «y la tierra». ¿Por qué? Sin duda, porque el relato posterior tiene como asunto específico la tierra.

Dios

¿Qué es lo que este capítulo dice acerca de Dios? La primera revelación se halla en la frase inicial. No me estoy refiriendo ahora a nuestra palabra Dios. Ningún filólogo intenta darnos el significado último de esta palabra. Sin embargo, lo que nos interesa a nosotros es la palabra Elohim, que usó Moisés.

Aquí vemos la primera noción acerca de Dios, no solo por lo que se refiere a este capítulo, sino a todo el relato bíblico. Elohim es un plural hebreo. Algunos ven en ello la sugerencia de la Trinidad. Personalmente, no creo que tal sugerencia sea válida. En la lengua hebrea se aplica el plural en una forma enfática, cuando se desea significar que aquello a que se refiere el nombre, es superlativo.

El singular de Elohim es El, y significa sencillamente fortaleza. Podemos emplear las palabras poder, energía y fuerza; la idea es la misma. Cuando la palabra se escribe en plural, se refiere al poder sin límite, entero y absoluto.

Así es como somos introducidos a Dios. La afirmación es que en el principio, es decir, en un tiempo sin fecha que nos lleva muy atrás de todas nuestras suposiciones, aun de las suposiciones de los científicos, que son colosales y sorprendentes, lo único que cuenta para todas las cosas es el Poder.

Esta es la única designación que se hace de Dios, y ocurre no menos de treinta y cinco veces en el capítulo. Así, a medida que vamos leyendo, nos damos cuenta de los latidos del Poder perfectamente capacitado, entero e infinito: no hay nada allí de fatiga o de debilidad, sino de fuerza.

La creación

Pero eso no es todo lo que el capítulo nos revela acerca de Dios. Su nombre está enlazado con un verbo: «creó». La palabra en hebreo implica la idea del origen de lo que es. Y cuando se dice que el Poder origina lo que es, se postula la Inteligencia y también la Voluntad.

La fuerza ciega no crea nada. Para crear, la fuerza necesita la dirección de la Inteligencia y el dominio de la Voluntad. Así nos encontramos con que el capítulo, afirma que, detrás del universo y de la tierra, hay Poder absoluto, obrando bajo el dominio de la Inteligencia y la dirección de la Voluntad.

Al llegar a este punto, no nos interesa la cuestión de fechas, ni discutir si los días a que hace referencia fueron de veinticuatro horas o periodos más largos. Si aceptamos un Poder sin límites, obrando bajo una Inteligencia perfecta y una Voluntad adiestrada, no es difícil creer que éstos fueran días de veinticuatro horas. Pero es igualmente posible aceptar que fueran periodos más largos.

Es interesante que Moisés, en el salmo que todos le atribuyen a él, diga: «Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche» (Sal. 90:4). Cuando nos esforzamos por pensar en términos de lo divino, nos conviene olvidarnos de nuestros calendarios.

Hasta aquí, entonces, la revelación que tenemos acerca de Dios en este capítulo, es la de un Ser de poder ilimitado, que obra con Inteligencia, que es guiado por una Voluntad, y que va produciendo, creando, originando, y siendo la causa de lo que es.

Pero hay más. El poder creador implica una personalidad. Es oportuno decir aquí que no podemos comprender la personalidad de Dios por nuestro propio estudio. La personalidad, en el hombre, es limitada, en tanto que en Dios es infinita. La filosofía hebrea reconoce siempre que, tras lo concreto, se encuentra lo abstracto; en otras palabras, que el pensamiento precede a los efectos, y que, por lo tanto, postula al Ser pensante. ¿Qué es, entonces, lo que conocemos acerca de esta Personalidad? Por lo que concierne a este capítulo, hemos de encontrar la respuesta en lo que Su poder ha creado, obrando bajo la inspiración de Su mente y dirigido por Su voluntad.

Orden y belleza

Volvamos a contemplar los cielos y a examinar en detalle, una vez más, la tierra, observando a la margarita que crece, y a la brillante gota de rocío. Como resultado de tal contemplación, nos encontramos de una manera clara con dos cosas: el orden y la belleza. Cuando nos detenemos a pensar en los cielos en todo su esplendor y en la tierra en toda la minuciosidad de su perfección, nos vemos, por lo menos, llevados a la conclusión de que, detrás de todas las cosas, se encuentra una Personalidad que es, al mismo tiempo, matemática y artística.

Asimismo, parece que hay revelado algo más, si bien solo por insinuación. Cuando llegamos al punto donde se describe la inundación, se nos dice que «el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas». En esta frase se adivina la idea de la Maternidad, aun cuando no podríamos usar la figura de las alas extendidas de la gallina que quiere juntar a sus polluelos debajo de ellas. Repetimos que todo ello puede ser solo una sugerencia, pero que se comprueba en la literatura bíblica subsecuente. De esta manera, el capítulo nos revela a Dios como Poder, dirigido por la Inteligencia y actuando como Soberano – Dios metódico y pleno de belleza, en donde reside el corazón de la Maternidad.

La tierra

Volviendo a la tierra, nos encontramos con la afirmación de haber sido colocada en relación con el orden cósmico como una parte de la creación. Sería conveniente detenernos por un momento en la palabra hebrea que se usa aquí, la palabra bará, que significa literalmente originar y, en ese sentido, crear. Esta palabra aparece tres veces en el capítulo.

Pero hay otra palabra, asah, que no necesariamente significa originar, sino formar de nuevo, o dar nueva forma a cosas ya existentes. Bará nunca tiene ese significado; siempre expresa origen. Esta palabra nunca se usó en la literatura hebrea para nadie más que para Dios.

El hombre nunca crea; él hace. En consecuencia, la primera afirmación es que la tierra es una creación expresa de Dios. No tenemos detalles dentro del elemento tiempo. Es posible, y aun probable, que, en la creación original, la tierra fue el escenario de alguna actividad especial de Dios, pero no tenemos ninguna información definida con respecto a ella.

Un cataclismo

Ahora, llegamos al segundo hecho acerca de la tierra, a saber, que ésta fue arrasada en alguna inundación. Nuestra versión de las Escrituras dice: «Y la tierra estaba desordenada y vacía». Es una versión poco feliz. El verbo traducido así no es parte del verbo hebreo «ser», sino de «llegar a ser».

La interpretación antigua en este punto fue que el versículo 1 afirma que Dios creó los cielos y la tierra, y que en el versículo 2 se la describe cómo estaba antes de ser creada. Cualquier reflexión inteligente mostrará lo absurdo de tal idea, porque sugeriría que la tierra existió en una forma caótica antes de haber sido creada y, admitiendo eso, realmente se niega el significado de la palabra «creó».

Por el contrario, traducir: «Y la tierra llegó a ser desordenada y vacía», es reconocer que alguna inundación provocó tal estado. Utilizo la palabra inundación, porque significa literalmente el dominio de las aguas. Echando una mirada a la profecía de Isaías, leemos: «Porque así dijo Jehová, que creó los cielos; él es Dios, el que formó la tierra, el que la hizo y la compuso; no la creó en vano» (Is. 45:18). Las palabras «desordenada y vacía» no describen la tierra tal como Dios la hizo, sino cómo quedó tras la inundación.

La descripción nos muestra que, después del cataclismo, esa inundación de aguas turbulentas, la tierra se salió de su verdadera órbita, en la cual estaba iluminada, y quedó envuelta en tinieblas, mientras «el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas».

Restauración

Finalmente, y con respecto a la tierra, vemos el relato de la restauración. La expresión: «Dijo Dios», se repite nueve veces. Y, tras cada repetición, acontecieron las cosas. En una mirada retrospectiva, notamos que la palabra ya mencionada, «creó», no ocurre por algún tiempo después de ser citada al principio. Se usa la palabra asah, «hizo». La luz no fue creada entonces, sino que la tierra fue restablecida a su primitiva relación con ella; el firmamento no fue nuevo; la separación de la tierra y del agua no fue la creación de estos dos elementos, y el brote de la vegetación no fue el principio de la vegetación.

Cuando leemos acerca del sol y de la luna, hemos de entender que Dios habló y que la tierra fue restituida a su lugar, en lo que llamamos el sistema solar. Otro tanto ocurrió con la luz y el firmamento, y las aguas fueron reunidas, y la tierra seca apareció y brotó de nuevo la vegetación. Todo ello constituye la obra de restauración.

Luego, algo aconteció. En la siguiente etapa, la palabra ya no es asah, «hizo», sino bará, «creó». Es el momento cuando aparece la vida sensible: peces, aves, animales. Esta sí fue una nueva creación. Se ve que Dios prepara la tierra como un hogar para un nuevo ser. De allí la creación de un nuevo orden de vida sensible, en el cual este nuevo ser pudiera no solamente vivir, sino reinar sobre él.

El hombre

Por último, en la parte del capítulo que tiene que ver con el hombre, hallamos una vez más la palabra «creó». Aquí se declara que el hombre fue el resultado de un consejo especial de la Deidad, pues se usa el plural místico, «Hagamos». Además, el nuevo ser, será hecho a imagen y semejanza de Dios. Se afirma, una vez más, que el propósito de este ser dentro de la economía divina, es que tenga dominio. En resumen, el hombre es una creación especial de Dios, hecho a Su imagen y semejanza, y de esta manera, en estrecho parentesco con Dios.

Los versículos iniciales del capítulo 2 revelan a Dios descansando. Por supuesto, ello no quiere decir que ese reposo sea consecuencia de fatiga, sino simplemente el descanso de una obra terminada. La tierra había sido restaurada, y el nuevo ser había sido creado y puesto en su nuevo hogar.

Una cosmogonía

En conclusión, es necesario no olvidar que cada una de las cosas que vemos aquí es primaria, original. Cada fase aguarda un desarrollo y una interpretación posteriores. Por consiguiente, este capítulo es, en algunos sentidos, una cosmogonía (una visión de los orígenes del mundo). Si no aceptamos esto, ¿cómo vamos a interpretar el universo?

Alguien sugiere la idea de que la creación fue hecha por sí misma. Pero, entonces, ¿quién, o qué fue lo que le dio origen? Tal respuesta no puede satisfacer a un ser racional. Llama la atención que, una frase que era común hace años, se oye escasamente hoy. Me refiero a la expresión «una concurrencia accidental de átomos». Todos entendemos que la palabra «accidental» significa, simplemente, por casualidad, y no por designio. La razón no puede aceptar eso como una interpretación final del universo.

Hay otro punto de vista, el de aquellos que dicen que es inaccesible al entendimiento humano toda noción de lo absoluto, y reducen la ciencia al conocimiento de lo fenoménico y relativo. Tal es el punto de vista de los agnósticos. Solo podemos comentar que el entendimiento no puede descansar sobre la ignorancia, sino que debe investigar.

Para mí, y no por ser cristiano, sino porque soy un ser racional, la solución al misterio del universo hallada en este capítulo es aceptable, sencilla, sublime y suficiente.

Condensado de
«Grandes Capítulos de la Biblia», Tomo I.