La luz de Dios produce tristeza para arrepentimiento.

Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte. Porque he aquí, esto mismo de que hayáis sido contristados según Dios, ¡qué solicitud produjo en vosotros, qué defensa, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo, y qué vindicación! En todo os habéis mostrado limpios en el asunto”.

– 2ª Cor. 7:10.

Desde hace días, hemos estado compartiendo en varias localidades sobre el arrepentimiento. Todos nos preguntaremos: ‘Bueno, pero, ¿por qué este mensaje, si en Hebreos dice que dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, prosigamos adelante, y no echemos el fundamento de arrepentimiento de obras muertas, etc.?’. Pero mi sentir es que todos nosotros necesitamos arrepentirnos todos los días. De algo tenemos que volvernos al Señor.

Sería presuntuoso de nuestra parte decir que no necesitamos tener un cambio de mentalidad, un arrepentimiento genuino. Soy el primer afectado por esta palabra; no me escapo de ella. Necesitamos arrepentirnos, pues todos estamos convictos bajo la misma sentencia.

Muchas veces nos apartamos del Señor. Las cosas de este mundo separan a muchos hermanos. El caminar, el recoger el polvo diario en nuestros pies por los afanes de este mundo, hace que necesitemos que nuestros pies sean lavados por la Palabra.

El Señor dice en su palabra que hay una tristeza que es según Dios, así como en la parábola del hijo pródigo. Este hombre se alejó de la presencia de su padre y malgastó sus bienes. Y volviendo en sí, dijo: «Me volveré a casa de mi padre». O sea, hay un iluminar del Espíritu Santo en él; hay un obrar de Dios. Hay una tristeza que proviene de Dios; una tristeza según Dios, no una tristeza según el mundo.

Damos gracias a Dios por esa provisión de tristeza que produce en nosotros. Miserables de nosotros si el Señor no produjera esta tristeza; si estuviéramos muy cómodos en nuestra situación, seguros en nosotros mismos, en nuestras propias obras, muy contentos, y no nos pellizcáramos, y el Señor no nos iluminara y expusiera nuestra condición interior.

Como dice el salmista: «Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón … y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno» (Salmos 139:23-24). El salmista no está diciendo: ‘Examíname, para que te des cuenta que no hay nada malo en mí’. Más bien, está diciendo lo contrario. ‘Señor, renuncio a mi propia introspección, a examinarme con mi propio juicio, con mis propios parámetros’.

«Examíname, oh Dios». Qué bueno es que el Señor nos examine y nos muestre cuál es nuestra condición, cuál es realmente nuestra situación, para que no vivamos engañados, y cuando el Señor venga en su segunda venida, no huyamos avergonzados.

Pero aquí dice: «la tristeza que es según Dios». Qué bueno es que el Señor nos ha hecho una provisión de tristeza, para examinarnos, para volvernos a él cada día. Dice que ésta produce arrepentimiento. Ya hemos visto en muchas partes la palabra arrepentimiento. Viene de la palabra metanoia, y significa un cambio de mentalidad.

Necesitamos realmente más que remordimiento, un cambio de mentalidad en nuestras vidas. Pero, ¿qué puede cambiar nuestra mentalidad? ¿Nosotros mismos? No. El Señor, por supuesto. Y, cuando el Señor nos expone, nos ilumina con su luz, aquí dice que produce solicitud. Ser solícitos en servir a Dios, en amar a Dios. Produce defensa, produce indignación. Aun, inclusive, cuando el Señor nos ilumina, nos sentimos indignados con nosotros mismos, nos sentimos inconformes con nosotros mismos.

Sería cosa grave que nos sintiéramos conformes con nosotros mismos, con lo que somos en nuestra naturalidad. Pero esto produce indignación. Aquí se refiere a un corintio incestuoso, pero primero que todo hay que mirar la viga que está en nuestro ojo, que la paja del hermano que está afuera. Esta indignación es con nosotros mismos. Estamos cansados de nuestros errores.

Tiene que haber esa indignación producida por la luz de Dios. El Señor está dispuesto a darnos esa luz, y nosotros estamos dispuestos a recibirla. El Señor no nos va a iluminar si no abrimos nuestro corazón, si no abrimos la ventana para que entre el Sol de justicia.

Entonces dice que produce temor, también. Temor de Dios, temor reverente. Ardiente afecto, pasión por las cosas de Dios. ¡Qué celo produjo en los corintios! Sí, tenemos mucha ciencia y poco celo. Otros tienen mucho celo y poca ciencia. Lo ideal es tener ciencia con celo. Pero, hermanos, esto es producido por la tristeza que proviene de Dios.

El ejemplo de Josías

Hay un pasaje muy maravilloso en 2 Reyes 22, acerca del rey Josías, de Judá, que amó a Dios con toda el alma, con todo su corazón, con toda su mente, que se convirtió al Señor. Hubo arrepentimiento en este varón, y en el pueblo del Señor.

«Cuando Josías comenzó a reinar era de ocho años, y reinó en Jerusalén treinta y un años» (v. 1). O sea que este hombre murió a los treinta y nueve. Lo mató el faraón Necao. «E hizo lo recto ante los ojos de Jehová, y anduvo en todo el camino de David su padre, sin apartarse a derecha ni a izquierda». El abuelo de este hombre era nada menos que Manasés. Manasés era perverso; fue quien introdujo la idolatría, el culto a Moloc; pasó a algunos de sus hijos e hijas por el fuego; estableció los signos del zodíaco, y toda la idolatría y prostitución idolátrica que había en Israel.

Pero, bueno, si los padres y los abuelos comen las uvas verdes, a los hijos no necesariamente les da la dentera. Aquí dice que Josías «hizo lo recto ante los ojos de Jehová». Versos 3-5: «A los dieciocho años del rey Josías, envió el rey a Safán … a la casa de Jehová, diciendo: Ve al sumo sacerdote Hilcías, y dile que recoja el dinero que han traído a la casa de Jehová, que han recogido del pueblo los guardianes de la puerta, y que lo pongan en manos de los que hacen la obra, que tienen a su cargo el arreglo de la casa de Jehová, y que lo entreguen a los que hacen la obra de la casa de Jehová, para reparar las grietas de la casa…».

Este hombre tenía carga por la obra del Señor. ¿Cuántos de nosotros tenemos carga por las grietas de la casa del Señor? Decimos que hemos visto la iglesia. Es cierto. Pero hay muchas anormalidades, muchas grietas, en nuestras localidades. Pero este era un jovencito de veintiséis años; ni siquiera un anciano o una persona ducha en las cosas del Señor. Un joven, como muchos de ustedes, que tenía carga por la obra del Señor, por reparar las grietas de la casa del Señor. Es maravilloso cuando alguien realmente tiene carga por las cosas de Dios, por la casa de Dios. Dios ocupa a esa persona. Si nos ocupamos de la casa de Dios, el Señor se ocupa de nuestra casa.

«…para reparar las grietas de la casa; a los carpinteros, maestros y albañiles…». Había distintas personas que reparaban de cierta manera ciertas cosas, como en la iglesia hay ministerios: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. «…y albañiles, para comprar madera y piedra de cantería para reparar la casa; y que no se les tome cuenta del dinero cuyo manejo se les confiare, porque ellos proceden con honradez».

«Entonces dijo el sumo sacerdote Hilcías al escriba Safán: He hallado el libro de la ley en la casa de Jehová» (v. 8). ¡Qué apunte tan bueno ése! Cuando Martín Lutero empezó a reparar las grietas de la casa del Señor, cuando empezó la Reforma de la iglesia, el libro fue abierto también, la Biblia fue rescatada. Esto es como una pequeña cuestión a escala de lo que sucedió después. Y también en nuestra vida personal es igual: cuando nosotros empezamos y nos dedicamos a la casa de Dios, el Señor abre nuestro entendimiento a la palabra del Señor. El Señor produce luz.

La casa y la Palabra están relacionadas; no pueden estar separadas. Se necesita luz para reparar. Entonces, qué bueno que empezaron a reparar las grietas de la casa y apareció el libro de la ley, o sea, la Torá, que estaba escondido, así como en días pasados estuvo escondida la Biblia por el oscurantismo. El Señor permitió a Lutero abrir una parte de la Palabra: la justificación por la fe, sin obras. El Señor fue abriendo ese libro.

Fue hallado el libro de la ley en la casa de Jehová. «Asimismo el escriba Safán declaró al rey, diciendo: El sacerdote Hilcías me ha dado un libro. Y lo leyó Safán delante del rey. Y cuando el rey hubo oído las palabras del libro de la ley, rasgó sus vestidos. Luego el rey dio orden al sacerdote Hilcías, a Ahicam …  a Acbor …  al escriba Safán y a Asaías siervo del rey, diciendo: Id y preguntad a Jehová por mí, y por el pueblo, y por todo Judá, acerca de las palabras de este libro que se ha hallado; porque grande es la ira de Jehová que se ha encendido contra nosotros, por cuanto nuestros padres no escucharon las palabras de este libro, para hacer conforme a todo lo que nos fue escrito».

«Entonces fueron … a la profetisa Hulda … Y ella les dijo: Así ha dicho Jehová el Dios de Israel: … He aquí yo traigo sobre este lugar, y sobre los que en él moran, todo el mal de que habla este libro que ha leído el rey de Judá; por cuanto me dejaron a mí, y quemaron incienso a dioses ajenos, provocándome a ira con toda la obra de sus manos; mi ira se ha encendido contra este lugar, y no se apagará. Mas al rey de Judá … diréis así: Así ha dicho Jehová el Dios de Israel: Por cuanto oíste las palabras del libro, y tu corazón se enterneció, y te humillaste delante de Jehová, cuando oíste lo que yo he pronunciado contra este lugar y contra sus moradores, que vendrán a ser asolados y malditos, y rasgaste tus vestidos, y lloraste en mi presencia, también yo te he oído, dice Jehová. Por tanto, he aquí yo te recogeré con tus padres, y serás llevado a tu sepulcro en paz, y no verán tus ojos todo el mal que yo traigo sobre este lugar. Y ellos dieron al rey la respuesta» (vv. 9-20).

Cuando lo mejor de nosotros es expuesto a la luz de Dios, y vemos que todo lo mejor de nosotros es basura religiosa, caemos en depresión. Nos sentimos mal, nos sentimos humillados, dándonos cuenta que aun lo mejor de nosotros, cuando es expuesto por la luz, es basura.

«La exposición de tu palabra alumbra», dice la Biblia. Y qué bueno es leerla, no a nuestra propia luz; a la luz del Señor. Y cuán bueno es que la luz penetre en nuestros corazones, y seamos expuestos. Esa luz, esa palabra, provoca tristeza, y no sentimos contentamiento en nosotros mismos.

¿Qué sucede cuando la luz nos expone? Ya no somos ensimismados, ya no estamos girando en torno a nosotros, a nuestra propia bondad, a nuestras habilidades; porque la fuerza humana, las habilidades naturales, la confianza en sí mismo, es lo que más se opone a la obra de Dios y al propósito de Dios.

«Entonces el rey mandó reunir con él a todos los ancianos de Judá y de Jerusalén. Y subió el rey a la casa de Jehová con todos los varones de Judá…» (2 R. 23:1-2). Qué actitud, ¿verdad? Este hombre tenía conciencia de que era uno con el pueblo. Porque otra persona diría: ‘Bueno, la profetisa Hulda dijo que me sacaban de eso a mí. Yo ya estoy fuera, voy a dormir con mis padres, voy a tener paz en mis días. Y el pueblo que viene, que sufra, porque el Señor ya lo dijo’.

Pero este varón no se conformó con que el Señor lo hubiera separado del juicio que iba a hacer contra el pueblo, sino que se involucró con ellos. Así como Daniel se hizo pecador con el pueblo, por decirlo así, y oró. Igual como nuestro Señor Jesucristo, siendo sin pecado, tomó toda nuestra culpa y fue a la cruz. De igual manera, este hombre mandó reunir a todos los ancianos y a todo el pueblo. Él se involucró con ellos; no quería que el pueblo fuese castigado, a pesar de que él ya no iba a ser castigado por el Señor.

«Y subió el rey a la casa de Jehová con todos los varones de Judá, y con todos los moradores de Jerusalén, con los sacerdotes y profetas y con todo el pueblo, desde el más chico hasta el más grande; y leyó, oyéndolo ellos, todas las palabras del libro del pacto que había sido hallado en la casa de Jehová» (v. 2). Esto me recuerda que, cuando fue abierta la Biblia, no fue abierta sólo para Lu-tero, sino que fue traducida al idioma del pueblo, para que todos la conociesen. Y así mismo sucede acá. Todos la leyeron,«desde el más chico hasta el más grande».

Hoy día no hay disculpa para no leer la Palabra. Todo el mundo sabe leer. Antes era difícil. Pablo encargaba a Timoteo: «Trae los pergaminos que dejé en Troas». La Torá era un tremendo bulto de pergaminos, y no todo el mundo sabía leer en ese tiempo. Hoy en día, la Palabra está a tu disposición. «Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón».

Entonces, la Palabra expone. Si nosotros queremos ser contristados por Dios, para que se produzca un cambio de mentalidad, es menester leer con corazón apropiado. No un corazón parcializado con nuestros propios paradigmas, sino con un corazón que el Señor mismo puede acondicionar, para que leamos, y para que la Palabra penetre y nos redarguya, y haya un cambio de mentalidad en nuestra vida. ¡Cuánto más necesitamos reuniones de lectura de la Palabra en las localidades! La mera palabra del Señor. Ella misma se interpreta, ella misma habla.

«Y poniéndose el rey en pie junto a la columna, hizo pacto delante de Jehová, de que irían en pos de Jehová, y guardarían sus mandamientos, sus testimonios y sus estatutos, con todo el corazón y con toda el alma, y que cumplirían las palabras del pacto que estaban escritas en aquel libro. Y todo el pueblo confirmó el pacto» (v. 3).

Hasta ahí, la cosa está bien. Hay una tristeza que proviene del Señor, a través del libro que fue abierto y que fue leído, y hay un deseo de cambiar. Pero la gran falla es que ellos se propusieron en su corazón que cumplirían. ¡Qué error tan grande! Ya habían pasado los tiempos de Josué, cuando dijeron lo mismo: «Cumpliremos todo lo que Moisés dijo», y a la vuelta de la esquina, ya estaban pecando.

Aquí pasó igual. Pasaron unos cuantos años, y el pueblo otra vez volvió a pecar. ¿Por qué? Porque hicieron pacto conforme a las fuerzas de ellos; estaban confiados en sí mismos de que podían cumplirle a Dios.

¿Quién puede cumplir con Dios? Los estándares de Dios son muy altos. Es imposible para nuestra fuerza natural poder rebasar los estándares de Dios y satisfacer al Señor en sus exigencias. Se necesita no sólo la luz del Señor, sino reconocer que en nosotros, en nuestra naturalidad, no hay nada bueno. Necesitamos reconocer nuestra incapacidad. Sólo cuando podamos reconocer nuestra incapacidad para satisfacer a Dios, podremos ver la fortaleza de Dios en nuestra vida.

Grabemos esto en nuestro corazón – Somos incapaces de satisfacer a Dios. Somos incluso incapaces de arrepentirnos por nosotros mismos. Necesitamos del Señor, necesitamos volvernos a él, y decir: ‘Señor, yo quiero, pero no puedo’. Porque de otra manera, tratar de cumplir las exigencias de Dios –que sí las hay en el Nuevo Testamento–, por nuestra propia fuerza, es caer bajo la ley. Y la ley produce ira, la ley revela la incapacidad nuestra de satisfacer a Dios.

Entonces, ¿qué tenemos que hacer? Reconocer que no podemos. ‘Señor, yo quiero, pero no puedo. Necesito que tú me reemplaces, que tú vivas las exigencias de Dios a través de mí’. Esa debe ser nuestra oración.

«Entonces mandó el rey … que sacasen del templo de Jehová todos los utensilios que habían sido hechos para Baal, para Asera y para todo el ejército de los cielos; y los quemó fuera de Jerusalén en el campo del Cedrón, e hizo llevar las cenizas de ellos a Bet-el. Y quitó a los sacerdotes idólatras … y asimismo a los que quemaban incienso … Hizo también sacar la imagen de Asera fuera de la casa de Jehová, fuera de Jerusalén, al valle del Cedrón, y la quemó en el valle del Cedrón, y la convirtió en polvo, y echó el polvo sobre los sepulcros de los hijos del pueblo. Además derribó los lugares de prostitución idolátrica que estaban en la casa de Jehová … E hizo venir todos los sacerdotes de las ciudades de Judá, y profanó los lugares altos donde los sacerdotes quemaban incienso, …  y derribó los altares de las puertas que estaban a la entrada de la puerta de Josué…» (4-8).

Josías hizo una cantidad de cosas… En aquel tiempo, hubo un cambio externo. Hoy día, ya no tenemos ídolos afuera; pero hay cosas dentro de nosotros que cada cual sabe que hay. Hay lugares altos que derribar, y sólo con la ayuda del Espíritu Santo, con el poder de Dios, podemos hacerlo.

La centralidad de Cristo

Vamos más adelante. Después que suceden todas estas cosas, dice: «Entonces mandó el rey a todo el pueblo, diciendo: Haced la pascua a Jehová vuestro Dios, conforme a lo que está escrito en el libro de este pacto. No había sido hecha tal pascua desde los tiempos en que los jueces gobernaban a Israel, ni en todos los tiempos de los reyes de Israel y de los reyes de Judá. A los dieciocho años del rey Josías fue hecha aquella pascua a Jehová en Jerusalén» (21-23).

Esto me recuerda que en los tiempos de la Reforma no sólo empezaron a taparse las grietas que había dejado el sistema de Tiatira, sino que también fue abierto el libro. La Biblia fue abierta. Pero también aquí habla de la pascua. Se fueron al centro, que es Cristo… «y a éste crucificado». Entonces, el próximo paso, después que la Biblia fue rescatada y fue abierta, fue el cristocentrismo, que sucedió un poco más tarde.

Empezaron a girar en torno a Cristo, en torno a su persona y a su obra. Y es algo que nosotros tenemos que ver también como individuos. No sólo la Biblia es abierta y la leemos, sino también una comunión íntima con el Cordero pascual, con el Señor, primeramente como crucificado, y luego como resucitado, y después ascendido y entronizado. Y esto debe ser vida en nosotros.

El versículo 25 dice: «No hubo otro rey antes de él, que se convirtiese a Jeho-vá de todo su corazón, de toda su alma y de todas sus fuerzas, conforme a toda la ley de Moisés; ni después de él nació otro igual». Esto fue conforme a la ley de Moisés.

El Señor nos llama hoy a convertirnos también de todo nuestro corazón, de toda nuestra alma y de toda nuestra fuerza, pero no conforme a la ley de Moisés, sino conforme a Mateo 5, 6 y 7, la Constitución del reino de los cielos, las bienaventuranzas y las parábolas que aparecen ahí. O sea, nos llama a convertirnos conforme a la ley de Cristo.

¿Será que podemos por nuestra propia fuerza cumplir las bienaven-turanzas? ¡Ni se les ocurra, hermanos! ¡Con el Señor, sí podemos! (O él puede; nosotros no podemos hacer nada). Entonces, qué bonito es que el Señor nos llama a volvernos a él, a no estancarnos, a no estar cómodos en la condición en que estamos. Creemos que ya hemos llegado a cubrirlo todo. Pero esto es apenas el principio. El Señor llama a vivir una vida práctica, una vida santa, a que Cristo sea experimentado en nuestra vida.

El Señor nos insta a volvernos a él

Vamos ahora a Jeremías 15:19. «Por tanto, así dijo Jehová: Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos». Jeremías era creyente. Aquí, la palabra convertirse, también se traduce arrepentirse. Es volverse al Señor, convertirse, arrepentirse. El Señor no le habla de convertirse a una persona que no ha nacido de nuevo. Le está hablando a Jeremías, y nos está hablando a cada uno de nosotros.

«Si te convirtieres…». Convertirse significa volver la cara al Señor; o sea, volver las espaldas a las cosas que no son de Dios, y darle la cara al Señor. Volverse al Señor. «Si te con-virtieres, yo te restauraré…». ¡Qué precioso! Nuestro Dios es Dios de restauración, es Dios de restitución, de renovación. «…y delante de mí estarás». ¿No te causa impacto que el Señor te diga esto? Como dice el salmista: «En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre» (Salmos 16:11). ¡Qué bueno es estar en la presencia de Dios!

«…y si entresacares lo precioso de lo vil…». Es cierto, hermanos, que nosotros no podemos satisfacer a Dios, es cierto que no podemos arrepentirnos por nosotros mismos. Necesitamos al Señor. Pero también el Señor nos necesita a nosotros, necesita nuestra colaboración. Hay una parte nuestra: «…si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca». Otra promesa. Primero, la restauración; segundo, estar en su presencia; tercero, «serás como mi boca».

¿Nos parece poca cosa ser la boca del Señor? La boca del Señor dijo: «Hágase…», y se hizo. Lo que la boca del Señor habla, se realiza. «Serás como mi boca».

Cuando verdaderamente nos volvemos al Señor con todo nuestro ser, él se atreve a prestarnos su boca. Es hasta un riesgo, ¿verdad?; pero él confía, en el sentido en que confía en la obra que él está haciendo en nosotros, en que ha habido un arrepentimiento. Porque él conoce los corazones, y se atreve a hacerse uno con nosotros, para que proclamemos su grandeza, su poder, su autoridad, su amor, todo lo que él es. ¡Qué bueno es ser la boca de Dios!

«Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos. Y te pondré en este pueblo por muro fortificado de bronce». Otra promesa:«…muro fortificado de bronce». ¿Quién se puede estrellar contra el pueblo de Dios? «…y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo para guardarte y para defenderte, dice Jehová». Otra promesa más; el Señor está con nosotros. «Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?».

Cuando el Señor nos guarda en el cuenco de su mano, ¿quién le abre la mano al Señor? Ahí no hay diablo que valga. El Señor está con nosotros para guardarnos. El mundo y todas las cosas creadas, nada nos podrá separar del amor de Dios. Entonces, ¡miren todos los beneficios que produce el volvernos a Dios!

«Y te libraré de la mano de los malos, y te redimiré de la mano de los fuertes» (v. 21). Esto puede aplicarse a cualquiera de los estamentos, a cualquiera de las áreas de nuestra vida económica, social, espiritual, psicológica, etc. El Señor nos libra de la mano de los malos y de la mano de los fuertes. ¡Qué bueno es nuestro Dios! El Salmo 63 dice: «Bueno es Jehová para con los limpios de corazón».

Entonces, el Señor dice en su palabra: «Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros». Lo dice varias veces en los profetas menores. Por ejemplo, Zaca-rías 1:3: «Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Volveos a mí, dice Jehová de los ejércitos, y yo me volveré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos». Ese es el clamor de Dios. Como si el Señor nos rogase: «Vuélvete a mí».«Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros».

Más adelante, en Malaquías 3:7: «Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis leyes, y no las guardasteis. Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mas dijisteis: ¿En qué hemos de volvernos?». La confianza en sí mismos, la confianza en su propia justicia, impidió que el Señor los restaurara, que ellos fueran la boca del Señor, impidió tantas cosas a este pueblo.

Y estas cosas fueron escritas para que no repitamos la historia; porque aquel que no conoce la historia, está obligado a repetirla. Eso es cierto. Entonces, el Señor nos da estas cosas escritas para nuestro provecho, como ejemplo para nosotros, para que no caigamos en los mismos errores. El Señor ha dicho: «Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros». Pero, cuando el Señor nos dice estas cosas, nos enfrentamos a la situación que no nos podemos volver a él. No nos podemos volver al Señor si él no nos ayuda.

Si el Señor no nos ayuda, nos metemos en Romanos 7:19: «No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago». Entonces estamos bajo la ley, porque no podemos sino creerle al Señor, de que Cristo nos crucificó. O sea, nosotros fuimos juntamente crucificados con Cristo. Es un asunto de saber. Dice: «Sabiendo esto…». Y después que sabemos esto, dice que consideremos esto. «Consideraos, pues, muertos al pecado». Considerar significa darlo por un hecho ya consumado hace dos mil años. Ya el Señor te ma-tó; ya Dios mató al hombre viejo en la cruz; ya fue crucificado. Y con él, también fuimos juntamente resuci-tados. Si no hemos visto esto, hermanos, si no nos hemos visto crucificados con Cristo en la cruz, difícilmente puede entrar la luz para que nosotros nos arrepintamos.

En Lamentaciones 5:21, Jeremías dice: «Vuélvenos…». El Señor dice: «Volveos a mí». Y la respuesta de Jeremías es:«Vuélvenos». Señor, no podemos volvernos a ti, si tú no nos vuelves. «Vuélvenos, oh Jehová, a ti, y nos volveremos; renueva nuestros días como al principio». Dios es Dios de restauración, Dios de renovación, Dios de restitución. El Señor nos insta hoy a volvernos a él. Sí, y nosotros también le decimos lo mismo: Haznos volvernos a ti; ayúdanos, Señor. Amén.

Hernando Chamorro
Síntesis de un mensaje impartido en Sasaima (Colombia), en Junio de 2009.