Reflexiones acerca de juicios contextualizados y paradigmas, a partir de las siete cartas del Señor en Apocalipsis.

Gino Iafrancesco

El Señor habla a todas las iglesias y a todos los santos por medio de hablarles a aquellas siete de Apocalipsis 2 y 3.

Quisiera que miremos en el libro del Apocalipsis algunas cosas de las cuales seguramente ya hemos antes, en el pasado, conversado o leído. Específicamente, estoy recordando ahora el libro del hermano Watchman Nee llamado «La ortodoxia de la Iglesia», donde leí acerca de esto. Pero no por haberlo leído voy a privarles a ustedes de recordárselos, porque es útil, porque es la verdad.

En los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis, el Señor les habla a todas las iglesias de todos los lugares, de todos los tiempos y de todas las épocas, al hablarles a siete iglesias específicas del Asia Menor. Él les habló a aquellas siete iglesias históricas; y al hablarles a ellas, él trató ciertos asuntos que se presentarían a lo largo de la historia de la Iglesia, y que nos muestran cómo el Señor encontraría, en su venida, a las iglesias.

Dos grupos de iglesias

El hermano Watchman Nee nos llamaba la atención, especialmente en ese libro, a dos grupos específicos de iglesias que aparecen aquí entre las siete mencionadas en los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis; y esos dos grupos se distinguen por varias cosas. Una de ellas, su terminación.

Si ustedes me acompañan para ver esas terminaciones a las siete iglesias, en el capítulo 2, cuando le habla a la iglesia en Éfeso, él apela primeramente a la iglesia –que era la primitiva– y luego, entonces, apela a los vencedores. Él dice: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». Y entonces ahora se dirige al grupo de los vencedores, y dice: «Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios».

Al final del mensaje a la iglesia en Esmirna, también mantiene el Espíritu el mismo orden que en Éfeso, y lo hará también con Pérgamo. Primeramente les habla a las iglesias en general, y luego a los vencedores.

El hermano Stephen Langdom, un arzobispo de Canterbury en el siglo XII, que dividió la Biblia en capítulos, colocó cuatro iglesias en el capítulo 2 y tres iglesias en el capítulo 3. Quizás si hubiéramos sido nosotros, o el hermano Watchman Nee, o yo, por lo menos hubiera colocado diferentemente los números de los capítulos; hubiera puesto el capítulo 2 con las tres primeras iglesias, y el capítulo 3 con las cuatro últimas iglesias. Porque realmente hay una división en dos grupos.

En las tres primeras iglesias, el Espíritu le habla a la Iglesia en general, a la Iglesia cuando todavía estaba más cercana a su origen, y no había tenido los embates que tuvo que pasar en las edades medias, llamadas ‘oscuras’ por algunos. Y entonces, por Stephen Langdom, Tiatira aparece colocada dentro del capítulo 2.

Pero, si ustedes se fijan, en el capítulo 2, ahora en el mensaje a Tiatira dice el verso 26: «Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como también yo la he recibido de mi Padre; y le daré la estrella de la mañana». Vemos que aquí desde ahora les habla primero a los vencedores, y luego dice: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». A partir de Tiatira, el Espíritu cambia el orden. Y el Espíritu comienza a apelar primeramente a los vencedores.

Lo mismo sucede en las tres iglesias mencionadas en el capítulo 3. Así que, por este cambio del Espíritu, por este cambio de orden en el hablar del Espíritu, podemos agrupar las tres primeras iglesias, Éfeso, Esmirna y Pérgamo, en un grupo, y podemos agrupar las 4 últimas iglesias, desde Tiatira a Laodicea, en otro grupo.

La segunda venida mencionada al segundo grupo de iglesias

Pero hay, además de esto, otra cosa también que nos llama la atención. Cuando el Señor les habla a las cuatro iglesias del segundo grupo, cuando él apela primero a los vencedores antes que a las iglesias en general, el Señor les menciona su segunda venida. Es como si el Señor estuviera dando a entender que, cuando él venga, va a encontrar a muchas personas de la cristiandad en los diferentes estados descritos por cada carta.

Porque estas cartas no solamente hablaban a las iglesias históricas del Asia Menor, aunque sí. Pero Dios utilizó las situaciones descritas por Cristo, en esas iglesias históricas del Asia Menor, para hablar profecía. Porque todo el Apocalipsis, desde el primer capítulo hasta el último, es llamado una profecía. «Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía» (1:3). Lo cual nos conduce a interpretar estos capítulos 2 y 3 de Apocalipsis también como profecía acerca de la situación de la Iglesia en general. Aunque le habla a aquellas primeras iglesias históricas, al mismo tiempo le habla a todas las iglesias, o sea, a las diferentes condiciones, características, por las que el pueblo de Dios tendría que pasar, los diferentes desafíos que la Iglesia del Señor en las distintas circunstancias tendría que enfrentar.

Y de manera profética, el Señor refuerza, aprueba ciertas cosas, y a la vez, como sumo sacerdote, usando las tijeritas, la despabiladera, le dice a cada iglesia también lo que él desaprueba. Por eso, en el capítulo 1, él aparece vestido como sumo sacerdote. Así como entre los sacerdotes, una de sus tareas era mantener delante de Dios los candeleros encendidos, uno de los trabajos sumo sacerdotales de Cristo glorificado es mantener los candeleros en funcionamiento. Y por eso él dice: «Tengo contra ti…», mas también: «Tienes esto…». Él aprueba ciertas cosas y desaprueba ciertas cosas, y así el Señor se presenta como la respuesta para todos los desafíos del pueblo de Dios en cualquier circunstancia.

Una de las cosas de este segundo grupo de iglesias, las cuatro últimas, desde Tiatira a Laodicea, es que se les menciona la segunda venida del Señor; lo cual significa que cuando el Señor venga él va a hallar a la cristiandad en diferentes situaciones. No todos los cristianos serán hallados en la misma situación. Ojalá todos fueren vencedores, y ojalá todos vencieren cualquier tipo de desafío; pero no todos los cristianos serán hallados en la misma situación, y esto nos llama la atención.

Grupos entre grupos

Algunos, cuando el Señor venga, serán hallados en la situación de Tiatira, porque el Señor le menciona su venida a Tiatira. Y a su vez también les dice: «Pero a vosotros…». Cuando el Señor dice: «Pero a vosotros…», está haciendo un contraste entre lo que había denunciado de Tiatira hasta aquí, y estos «vosotros». No todos en Tiatira estaban en la misma situación. Él habla de Jezabel, habla del tiempo que le ha dado para arrepentirse, habla de los que han fornicado con Jezabel, habla de los hijos de Jezabel. Pero no todos están enredados con Jezabel.

Él dice: «Pero a vosotros…». Este «vosotros» es una minoría dentro de la mayoría en Tiatira. «…a vosotros y a los demás…». O sea que aquí vemos un doble remanente. «…los demás» no son todos los de Tiatira. «Vosotros» es como decir un grupo selecto, un grupo de élite, de avanzada, en Tiatira, con algunos que los acompañan, que son llamados «los demás», y que se distinguen del resto de toda Tiatira.

Entonces, dice el verso 24: «Pero a vosotros…». Ése es ese grupo selecto, el remanente, al cual el Señor no le impone otra carga, ni le dice lo que les está reprendiendo a los de Tiatira. «…a vosotros y a los demás que están en Tiatira, a cuantos no tienen esa doctrina…». O sea, algunos en Tiatira tenían la doctrina de Jezabel, y de las profundidades de Satanás, pero no todos. «…y no han conocido lo que ellos…». No a vosotros ni ese grupito que está con vosotros, sino el resto de los de Tiatira. Hay una diferencia entre «ellos» y «vosotros»; incluso entre «los demás» y «ellos».

«…Lo que ellos llaman las profundidades de Satanás, yo os digo: No os impondré otra carga…». A unos, les impone carga. Pero «…a vosotros –distinto del resto– no os impondré otra carga».

«Pero lo que tenéis…». No dice el Señor que lo tengan todo, pero por lo menos tienen algo. Algo que él valora, algo que él quiere encontrar cuando venga; encontrar de aquellos que les ha correspondido vivir en el ambiente señalado por Tiatira. «…lo que tenéis, retenedlo hasta que yo venga». Es decir: ‘Manténganlo; yo aprecio eso, yo quiero encontrar entre ustedes esto. No les voy a poner a ustedes otra carga. Pero esto que tenéis, esto que yo apruebo, esto que yo quiero encontrar cuando vuelva, retenedlo hasta que yo venga’.

Y entonces, apela a los vencedores, y aquí nos damos cuenta de por qué mudó la modalidad. Mudó, a partir de Tiatira, a la modalidad de hablar primero a los vencedores. Antes era a las iglesias y por último a los vencedores; ahora comienza a hablar primero a los vencedores. Él quiere encontrar vencedores entre aquellos cristianos a quienes les ha correspondido vivir en las circunstancias de Tiatira.

Rasero personalizado

Es muy interesante notar cómo el Señor sí tiene en cuenta las diferentes clases de circunstancias en que las personas tienen que vivir y desarrollar su labor. El Señor no mide a todas las personas por el mismo rasero,1 porque él conoce toda la realidad íntegra. En cambio, nosotros no conocemos sino algunas cosas, y generalmente juzgamos según las apariencias, y a veces contaminados por nuestras propias proyecciones. El Señor, no.

Hermanos, hay que aprender esto. El Señor no va a juzgar a nuestros hermanos con nuestros paradigmas personales, sino con los paradigmas en medio de los cuales ellos tuvieron que desarrollarse. El Señor Jesús dijo así: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido» (Mat. 7:1-2).

Hermano, no te equivoques. No pienses que Dios va a juzgar a los otros con tus paradigmas. Dios va a juzgarte a ti con tus paradigmas; pero va a juzgar a los otros con los paradigmas con que ellos vivieron. Con el juicio con que ellos juzgaron, con ese juicio serán juzgados; con la vara con que ellos midieron, con esa vara ellos serán medidos. Ellos no serán medidos con tu vara, sino con la vara con que ellos midieron; ellos no serán juzgados con tu juicio, sino juzgados con el juicio con el cual ellos juzgaron.

Paradigmas y rigor

Porque a veces nosotros pensamos o sentimos que todos los hijos y siervos y personas de la tierra, que son criados ajenos, van a ser juzgados por nuestros propios paradigmas. Pero nosotros sabemos que nuestros paradigmas están en formación; todavía nuestros paradigmas tienen que ser ajustados. Y Dios no va a juzgar a todos con paradigmas en formación, ajenos. A los que están en Tiatira, no les impondrá otra carga.

Dice el Señor que en el día del juicio habrá más tolerancia, por ejemplo, para Sodoma y Gomorra, que son tan terribles, que para algunas otras ciudades. Y él dice: «En el día del juicio, los de Sodoma y de Gomorra, aquella generación, se levantará contra esta otra generación, porque ellos se hubieran arrepentido si hubieran tenido las mismas oportunidades que tuvieron estos otros».

Pero el Señor sabe que no todos han tenido las mismas oportunidades, no todos han tenido el mismo proceso. Por lo tanto, el Señor es muy justo en su examen de las cosas, y él tiene en cuenta la historia de cada uno. El Señor tiene en cuenta lo que la persona ignora, y él tiene en cuenta las oportunidades que tuvo o que no tuvo. «¡Ay de vosotros, porque a vosotros se os pedirá mayor cuenta!», les dice a sus apóstoles, «porque ustedes han tenido mayores oportunidades que otros; el juicio contra ustedes será más riguroso». No todos los juicios serán con el mismo rigor, ni con la misma vara; sino que el Señor, a cada cual, lo juzgará con su vara.

Políticas de tierra arrasada

Porque a veces nosotros hacemos, de nuestra política, una política de tierra arrasada, como hacían los musulmanes. El paradigma musulmán, puesto que Mahoma pretendió hablar en el nombre de Dios, pero proyectando su personalidad violenta, contradictoria, él imponía su paradigma por la fuerza, y a los que no se convertían los mataban, o los esclavizaban, y con esa clase de concepto de Dios es con la cual ellos juzgan.

El Señor Jesús dijo así: «Viene la hora –y eso ha venido muchas veces en la historia de la Iglesia– en que cualquiera que os mate pensará que rinde servicio a Dios». Habrá personas que estarán matando y persiguiendo a los cristianos, pensando que están haciendo bien.

Una vez, a un hombre que había participado en la matanza de los hugonotes en Francia –los cristianos bíblicos– en la noche de san Bartolomé y otras persecuciones subsiguientes, en que se hicieron masacres terribles, y cuando se estaba muriendo uno de estos duques perseguidores, el sacerdote católico le preguntó si no tenía que arrepentirse de eso, y él dijo: ‘No, sino que esa era la mejor cosa que pude hacer en mi vida’. Esa era la gloria con la cual él pensaba presentarse delante de Dios: Haber exterminado a los ‘herejes’, que eran los hijos de Dios.

El Señor dice pues: «Viene la hora en que cualquiera que os mate pensará –ése es su paradigma– que rinde servicio a Dios». Por eso, el Señor Jesús les decía a los fariseos: «Puesto que decís que veis, mayor pecado tenéis. Porque si no vierais, ningún pecado tendrías, pero puesto que decís que veis, vuestro pecado permanece».

Los paradigmas, las situaciones, los crecimientos dentro del pueblo de Dios son diferentes. Por lo tanto, tenemos que tener mucho cuidado cuando vamos a representar la palabra del Señor en medio del pueblo del Señor. No podemos tener la política de tierra arrasada, tipo musulmán, que no tiene en cuenta los paradigmas de aquellos a los cuales están invadiendo.

¿Sabes qué hacían los inquisidores cuando quemaban a los protestantes? Cuando estaban éstos en la estaca, siendo quemados y confesando e invocando el nombre del Señor Jesús, los inquisidores no querían que mencionaran a Jesús, sino a María. Y les ponían en una estaca una estatua de María. Y el pobre hermano estaba siendo quemado y le metían la estatua de María por la nariz: ‘Di: Salve Regina. Di, di, di’, queriendo que él invocara a María, y no al Señor Jesús. Qué paradigmas, ¿verdad? Y aquellos que hacían eso querían ‘salvar’ al ‘hereje’.

¿Se dan cuenta, hermanos? ¿Se dan cuenta de las diferencias? Cuando el Señor Jesús venga, él va a encontrar hermanos que les ha tocado vivir en el contexto de Tiatira. Y él le habla a los vencedores, y les habla de lo que él espera de ellos.

Privilegios y responsabilidad

Pero luego llegamos a Sardis. Sardis representa otra situación, otras circunstancias, una mudanza de paradigmas en la época. Otra época, otras lecciones aprendidas, otros desafíos. Y el Señor les menciona también su segunda venida a los de Sardis. Aquí, en el 3, le dice a Sardis: «Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído».

A Tiatira le dijo: «Lo que tienes». Pero a Sardis no le dice «lo que tienes». ‘Porque tenías más y se te está perdiendo. Se te están perdiendo las cosas’. Mira, «Acuérdate … de lo que has recibido…». O sea, ahora estás teniendo menos de lo que has recibido. A los de Tiatira dice: «Lo que tienen, esto reténganlo», pero a los de Sardis les dice: ‘Espero que tengan más de lo que tienen’. Han dejado perder cosas que ya tenían.

«…guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti». Aquí le menciona su venida. Algunos, en la venida del Señor, van a ser hallados en la condición de Sardis, lo que Sardis representa en la historia de la Iglesia. Porque el Señor le va a cobrar a Sardis lo que a Sardis le dio, y le va a pedir a Tiatira lo que a Tiatira le dio.

A veces nosotros nos peleamos por el asunto de los de cinco talentos, de los de dos talentos, los de un talento, y decimos: ‘Pero, Señor, cómo es que a unos les vas a dar cinco talentos, y a mí solamente me vas a dar dos. Yo hubiera dividido las cosas mejor, yo hubiera repartido mejor que tú. Yo hubiera agarrado los cinco de éste y los dos de éste y el otro de ése, y hubiéramos hecho ocho y hubiéramos repartido de a dos en dos, todos iguales. ¿No es que somos iguales?’.

Pero el Señor no entra en ese jueguito. Él es la cabeza del Cuerpo; él reparte como él quiere. Al que le da cinco, le da cinco, y no podemos decirle que el de cinco sólo va a responder por dos, como tampoco podemos esperar que al que le dio dos responda por cinco. Al que le dio cinco, le va a pedir cuenta por cinco; al que le dio dos, le va a pedir cuenta por dos; al que le dio uno, le va a pedir cuenta por uno. Él no te va a pedir cuenta a ti como le pide a otro hermano, ni le va a pedir a otro hermano como te pide a ti. Tú no sabes lo que Dios le va a pedir a otro hermano.

«¿Qué a ti?»

Tú, ocúpate de ti. Que no te pase lo que le pasó a Simón Pedro, que estaba tan interesado metiendo las narices en la relación del Señor con Juan, que el Señor le tuvo que decir: «Y a ti, ¿qué te importa, Pedro? Y a ti, ¿qué te importa? ¿Qué a ti? Tú, sígueme; no metas la nariz donde no tienes que meterla. Tú, sígueme. Mi relación con Juan, es con Juan. No voy a tratar igual contigo, ni tú tienes que ser demasiado metido en mi relación con Juan. Yo sé lo que le doy a Juan, y lo que le voy a pedir a Juan. Pero tú eres Pedro, tú no eres Juan. Tú, haz lo mejor que tú sabes; pero no te metas con Juan. Yo me meto con Juan.

«¿Quién eres tú, que juzgas a criado ajeno? Para su propio Señor está en pie o cae, pero poderoso es el Señor para hacerle estar en pie» a cualquier hermano. No juzguemos antes de tiempo, porque tus hermanos no van a ser juzgados según tus paradigmas; pero tú, sí. Tú sí vas a ser juzgado con el juicio con que tú juzgas; tú sí vas a ser medido con la vara con que tú mides, pero no tus hermanos. Tú.

A Filadelfia

Entonces, aquí, el Señor le habla ahora de su venida también a Filadelfia. «Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia…». Para interpretar bien este verso, hay que ir a todas las otras ocasiones cuando el Señor habla de la palabra de su paciencia. La palabra de la perseverancia, así como en el discurso escatológico del Señor allá en el monte, dos días antes de la pascua, que está registrado una parte en Mateo 24 y 25, otra parte en Marcos 13 y 14, otra parte en Lucas, que lo citó un pedacito en el 17 y otro en el 21, porque él citó según tema, no cronológicamente. Y tú tienes que reconstruir aquel discurso completo, escatológico, aquel pequeño Apocalipsis del Señor Jesús, y ver lo que él enseñó. Y ahí es cuando aparece por primera vez en las palabras del Señor Jesús este asunto de la palabra de la perseverancia: «…el que persevere hasta el fin, éste será salvo». Y dice: «Cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel … entonces los que estén en Judea, huyan a los montes … Mas el que persevere hasta el fin…». Y ese es el contexto de esta frase.

Y esa misma frase aparece allá en Apocalipsis 14, cuando dice el Señor, después de haber hablado de esos tres ángeles que dan su mensaje acerca de Babilonia, y de los que reciben la marca de la bestia, y que no tendrán reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y reciben su imagen y su marca. Dice: «Aquí está la paciencia de los santos». Ese es el contexto de la palabra de la perseverancia.

Y dice: «Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia –que es otra traducción de lo que en el griego es lo mismo–, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra. He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes» – así como se lo dijo a Tiatira.

Ciertamente, lo que tienen los de Tiatira es diferente de lo que tienen los de Filadelfia. Los de Filadelfia tienen mucho más; pero el Señor no le impondrá otra carga a Tiatira. Pero espera que los de Filadelfia retengan también lo que tienen, «…para que ninguno tome tu corona». Y entonces le menciona al vencedor: «Al que venciere…», y después, a las iglesias.

A Laodicea

Ya, en el mensaje a Laodicea, está implicada la venida del Señor en tres pasajes. Primeramente en el verso 14, cuando dice: «He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto». Cuando el Señor dice aquí «el Amén», el Amén es el que termina, el Amén es el punto final. Él es el principio y él es el fin, el primero y el último. Entonces, en la palabra «el Amén» está implicada la conclusión, o sea, la venida del Señor.

Luego, le dice también de esta manera: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo». Esa frase puede tener una triple lectura. Puede tener una lectura cristológica, de relación personal con cada hijo de Dios durante su vida. «Yo estoy a la puerta y llamo». También puede tener un sentido eclesiológico: Él le está hablando a la iglesia de que lo tienen afuera; la iglesia está realizando cosas sin tenerlo en cuenta a él, la dirección propia y directa del Espíritu del Señor.

Pero también esta frase se puede entender cristológica, eclesiológica y escatológicamente. Puede haber una tercera lectura de esta palabra, «Yo estoy a la puerta…». Porque ciertamente él, todos los días, está a la puerta, y también, de la iglesia, él está a la puerta; pero también su venida está a la puerta. Entonces, sin necesidad de poner una interpretación a pelear con la otra, las tres son válidas.

La lectura escatológica también nos permite entender como una sugestión de la segunda venida de Cristo a la iglesia en Laodicea, cuando le dice: «Estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo». Esa cena puede ser durante nuestra vida, pero puede ser la cena de las bodas del Cordero. También hay una lectura escatológica válida acá.

Y en el verso 21, cuando dice: «Al que venciere, le daré…». Ahí está implicada la venida del Señor, porque él da su galardón en su venida. «He aquí, yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para dar a cada uno según sus obras». O sea que, en la venida del Señor, él galardonará a su pueblo.

Entonces, podemos decir que está implicada la segunda venida del Señor en el mensaje a Laodicea. Mucho más lo está cuando nos damos cuenta de que es la séptima iglesia. Y si esto tenemos que leerlo en el contexto de la profecía, porque todo el Apocalipsis es una profecía, esta iglesia nos está revelando a la gente cristiana de los últimos tiempos.

«Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono». Entonces, cuando el Señor venga, él va a encontrar hermanos en la situación de Laodicea. Algunos, vencedores; ojalá también todos. Algunos van a ser encontrados en la situación de Filadelfia. Algunos, vencedores; ojalá todos.

Algunos van a ser hallados en la situación de Sardis, como hoy en la cristiandad hay personas que tienen un trasfondo católico romano, otras personas tienen un trasfondo protestante, otras tienen un trasfondo de la visión de Iglesia, y otros se han deslizado a la contemporización de los tiempos laodizaicos finales.

Una ilustración de examen según paradigma

Permítanme ilustrarles. No voy a hacer doctrina de esta ilustración; sólo es una ilustración. La doctrina es la de la palabra de Dios, la de Cristo y de los apóstoles. Existe la doctrina de Cristo, y la de los apóstoles, y la de la iglesia. Claro que en vida y en verdad. Voy a decir una ilustración:

Esto lo escuché de tres hijas mías: Elizabeth, Diana Patricia y Salomé, que estudiaban en el mismo colegio. Ahora, llegó allí una señora. La directora del colegio le permitió a esta señora, católica, que tuvo una experiencia de muerte clínica, contar su testimonio en el colegio.

Ella era una doctora en las cosas seculares, y era de tradición católica, pero sólo de tradición. Ella estudiaba no sé que cosa en la Universidad Nacional, ahí cerca de casa.

Y mientras ella hablaba por teléfono celular, un rayo o relámpago le dio un golpe a la pobre señora, que quedó en coma; chamuscada, pero no muerta; casi muerta, o sea, entre la vida y la muerte. Y esa señora se encontró al otro lado; ese era el testimonio que ella cuenta, que estaba como entre el cielo y el infierno. O el paraíso y el Hades, vamos a decirlo. Y un ángel la sustentaba para que no se fuera para abajo, pero tampoco podía irse para arriba.

Ella veía que su madre estaba como en el paraíso, pidiéndole a Dios: ‘Ay, ten misericordia de ella, Señor, que ella no se vaya a ir para el infierno. Y en el Hades ella veía a su papá, que ya había muerto; el papá y la mamá ya habían muerto. Y el papá estaba ahí: ‘Ay, que mi hija no venga a este lugar’. Ella veía a los dos, y ella estaba en el medio. Y ahí, en esa hora, pues, todo su doctorado no le sirvió de nada, y lo único que recordaba era que era católica.

Entonces, empezó a gritarle al ángel, como para salvarse: ‘¡Yo soy católica!’. Ahí se acordó que era católica. ‘¡Yo soy católica!’. Eso era lo único que podía responder, que era católica. ‘Yo soy católica. ¡Cómo me van a mandar al infierno!’. Entonces, el ángel le preguntó: ‘Bueno, si eres católica, ¿conoces los diez mandamientos?’. Eso fue lo que el ángel le preguntó. ‘¿Conoces los diez mandamientos?’. Y esta doctora no se acordaba de los diez mandamientos.

Ella no se acordaba de los diez mandamientos, y por ahí se acordó del resumen. Y dijo: ‘Ah, sí, sí, sí’, como si fuera una fórmula mágica para irse al cielo. Sus paradigmas. ‘Ah, sí, sí, sí. Amarás a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo. ¡Me acordé, por lo menos del resumen!’. Y entonces el ángel le dijo: ‘Y tú, ¿has amado a Dios sobre todas las cosas?’. Ahora cambió la cosa: No era repetir la receta. Y ahí se dio cuenta de que no.

Y le dijo el ángel la segunda pregunta. Sólo le hizo dos preguntas. ‘¿Y has amado al prójimo como a ti misma?’. Y ella se dio cuenta de que tampoco. El ángel no le preguntó si había leído a Watchman Nee ni a Austin-Sparks. Nada de eso. A ella no le iba a preguntar eso. Puede ser que a nosotros sí. ‘¿Tú leíste a Austin-Sparks, eh?’. Pero a ella no. Le dijo si se sabía los diez mandamientos, y no se los sabía esta doctora. Sólo el resumen. Y le preguntó por lo que sabía. Y le dijo: ‘Tú deberías ir allá donde está tu padre; pero Dios te ha dado una segunda oportunidad, porque si ves ese viejito allá…’.

Había un viejito en Valledupar, que había ido a comprar una panela, un dulce de caña. Y se lo envolvieron en una hoja de periódico donde contaban el caso de esa señora que le cayó un rayo y estaba en coma. Y este campesino, que era creyente, se llevó la panela para la casa, sacó el periódico, empezó a leer, y vio esta noticia. Y él empezó a interceder a Dios por esa pobre señora que estaba en coma, entre la vida y la muerte.

Dios oyó la oración a ese viejito, que ella ni lo conocía. Y el ángel le dijo: ‘Si ves a ese anciano allá, ese campesino, él ha estado orando por ti, y Dios te dará una segunda oportunidad’. Y volvió a la vida, y empezó a contar su testimonio en los colegios de Bogotá, y mis hijas escucharon.

Esa es una ilustración, hermanos, de que Dios te juzgará con el juicio con que tú juzgas.

Misericordia y juicio

«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia». Pero, ¡ay de los que no tienen misericordia!, porque no se tendrá de ellos.

La misericordia triunfa sobre el juicio. Con el juicio con que tú juzgas, tú serás juzgado. Nadie será juzgado con tu juicio, sino tú; nadie será medido por tu paradigma, sino tú. Cada uno será juzgado con el juicio con que juzgó y medido con la vara con que midió.

Cuando el Señor venga, encontrará muchos hijos de Dios en diferentes situaciones. Si aprendemos estas cosas, Dios nos ayudará a movernos mejor en medio del pueblo de Dios, y a tratar a las personas con más misericordia, para no ser nosotros mismos juzgados. Porque el Señor, después de que termina de corregir al otro, empieza contigo.

¿Pensaba Babilonia que era mejor, porque le estaban dando palos a Israel? No, era la hora de Israel; pero después le llegó la hora a Babilonia. Y después le llegó la hora a Persia, y después le llegó la hora a Grecia, y después a Roma. Aquí en Colombia, tuvieron los conservadores su hora, y luego los liberales, luego los guerrilleros, luego los paramilitares. Ahora quién sabe quién le va a poner el cascabel al gato. Porque nosotros pensamos: ‘Bueno, nosotros somos los corregidores de los otros’. Y después nos llegan los nuestros, y luego les llegan a ellos los suyos.

Entonces, hermanos, caminemos con cuidado, para que no hagamos daño, y para que la edificación prospere.

Síntesis de un mensaje impartido en el Retiro de Sasaima (Colombia), en Julio de 2008.