Consideraciones prácticas para el caminar cotidiano.

Toda urgencia de la vida se concentra en el momento presente. Todo lo que poseemos es el día de hoy. El ayer pasó de nosotros. El mañana no es nuestro. El tiempo de Dios para su pueblo es indicado por estas dos palabras: «ahora» y «hoy».

Nuestro estudio sobre la voluntad de Dios es de importancia práctica e inmediata en lo que respecta a los intereses del presente. Si nos acordamos de «todo el camino por donde el Señor nos ha guiado», será sólo con la finalidad de extraer una lección de nuestras fallas y ser alentados por la infalible fidelidad de Dios, y así podremos «olvidar las cosas que quedan atrás» en nuestra dedicación a la responsabilidad actual.

Si contemplamos la gloria venidera, haremos eso solamente para que su luz pueda ser una fuente de inspiración para nosotros, mientras «corremos con paciencia la carrera que tenemos por delante». La voluntad de Dios es el asunto supremo en cada vida. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento dan testimonio de esto.

Dentro de esta voluntad, el hombre encuentra perfección, placer, permanencia. Ella es practicable por causa de su naturaleza, su revelación, y el hecho de ser acompañada con el don de la vida, que hace posible obedecer. Es realmente gloriosa, pues el mismo cielo yace dentro del círculo de su consideración.

Sin embargo, subsiste un asunto de importancia práctica inmediata: ¿Cómo podemos conocer la voluntad de Dios para hoy, en todos los detalles de las horas mientras ellas van y vienen; y cómo podemos descubrirla en períodos de crisis que puedan surgir?

Dos condiciones preliminares deben ser observadas: deseo y devoción. El deseo debe representar la disposición de obedecer. La devoción debe ser de aquella naturaleza práctica que busca el conocimiento y se empeña en ponerlo en práctica a cualquier precio.

Cumplidas estas condiciones, la luz puede venir de tres maneras:
* De la Palabra de Dios.
* De la iluminación inmediata por el Espíritu interior.
* De la combinación de las circunstancias.

Examinemos las tres en forma separada, y después en sus interrelaciones.

I. Las tres indicaciones

1) La Palabra de Dios

En su mayor parte, la Biblia no presenta reglas de conducta humana; ella enuncia principios. Existen algunas provenientes de ciertas circunstancias locales que exigían declaraciones claras y explícitas de responsabilidad. Pero considerando que la Biblia es un libro para todas las épocas, y que los hábitos y costumbres cambian, el establecimiento de normas, que deben necesariamente cambiar con la alteración de las condiciones locales, habría frustrado o elevado el fin en cuestión.

Por otro lado, la enunciación de principios que jamás se alteran con el cambio de las circunstancias, exige de parte del hombre, en cada generación sucesiva, la aplicación de sus poderes racionales y atender al propósito de la justicia.

Al buscar en la Palabra el conocimiento de la voluntad de Dios, no debemos buscar textos que defiendan juicios particulares. No debemos, por otro lado, hacer «maniobras» con la Biblia, a fin de descubrir mensajes accidentales que nos ayuden a formar juicios. Es preciso estudiarla con regularidad, devoción e inteligencia, para poder descubrir la revelación de los principios. Siempre que esto es aplicado como un estilo de vida, la mente actuará bajo el poder de estos principios y las conclusiones alcanzadas estarán en armonía con el propósito de Dios.

2) La Iluminación del Espíritu

La doctrina de la luz interior no es enseñada suficientemente. Al creyente individual, que es habitado por el Espíritu Santo de Dios, por el mismo hecho de su relación con Cristo, le es concedida la influencia directa del Espíritu de Dios en su espíritu, comunicando el conocimiento de Su voluntad en asuntos de menor y mayor importancia. Esto debe ser buscado y esperado. Es en este punto que puede ser bueno para el que busca, pedir consejo a otro cristiano, el cual en oración y conversación puede ser capacitado para arrojar luz sobre el problema.

Debe recordarse aun, que los otros sólo pueden dar testimonio en cuanto al problema presentado desde su punto de vista. Tal testimonio es de gran valor. Sin embargo, no puede ser definitivo y sólo debe ser dado como sugerencia para ayudar a resolver el problema. Ningún hombre o mujer enseñado por el Espíritu asumirá la responsabilidad de decidir por otro. Al final, cada uno, después de haber pedido consejo a otros cristianos, debe retirarse a un lugar de completa soledad, donde solamente pueda ser oída la voz del Espíritu. En un período de espera de ese tipo, deberá ser dada una respuesta clara y definitiva.

3) La combinación de las circunstancias

En la realidad del gobierno divino, esto puede ser expresado como el abrirse y cerrarse puertas. No hay duda de que Dios, en su infinita sabiduría y poder, maneja hechos y detalles de todas las vidas humanas, de tal forma que «todas las cosas colaboran para el bien de los que aman a Dios». La puerta abierta no significa de ninguna manera el camino fácil. Esto es un error común. Oímos a las personas decir que el camino fue allanado, y por «allanado» quieren decir «fácil». Sin embargo, aquellos que conocen más sobre el gobierno inmediato de Dios, confesarán que el camino más plano, en general, ha sido el más difícil.

La puerta abierta es una oportunidad creada, la cual está en armonía con los principios del gobierno divino como son declarados en las Escrituras. Es también el deseo que fue creado en esa comunión con Dios, en la cual ningún otro interés tuvo permiso para entrar.

Esta es una consideración muy solemne y exige la más severa precaución. No existe esfera de la vida humana en la cual el enemigo penetre con mayor éxito, y en la cual haga mayor destrucción, que en la esfera del motivo. Deseos fundamentados en otros motivos más allá de la voluntad superior, descubren casi siempre puertas abiertas bien diferentes de aquellas que Dios abriría.

II. La triple indicación

El valor de las tres indicaciones examinadas está en el hecho de que en ninguna de ellas, por sí misma, se descubre una garantía para la acción, sino sólo en su combinación.

1) Con relación a la Palabra de Dios, muchos principios de acción conocidos en ella, no son para todos los hombres en todas las épocas. Debe haber también luz interior y una puerta abierta.

2) Con respecto a la guianza del Espíritu Santo, no se puede enfatizar demasiado que tal orientación jamás contradice la verdad de la Escritura. Existe hoy tanta conversación vana sobre la orientación del Señor, que en este punto alguien desearía hablar más fuerte y solemnemente.

Algunos ejemplos horribles de grosera inmoralidad han resultado de seguir lo que las personas imaginaban ser la guianza del Espíritu Santo, aunque la acción estuviese en directa desobediencia a las más enfáticas declaraciones y exigencias de la ley de Dios. Esto es blasfemia de la peor especie. Siempre que se imagine que el Espíritu lo está conduciendo, es de máxima importancia que tal dirección sea comprobada por los principios de la Palabra.

Además de eso, el Espíritu jamás conduce sin abrir una puerta más temprano o más tarde. Puede haber habido una espera de demorada disciplina –y habitar en la voluntad de Dios significa regocijarse en toda disciplina– y una espera paciente para que él abriese una puerta, aunque la luz estuviese brillando claramente en cuanto al propósito final del Espíritu.

3) Una puerta abierta que obliga a apartarse de la doctrina bíblica es obra del diablo. Por más evidente que sea el éxito resultante de los esfuerzos hechos en los intereses del reino de Dios, si la base de operación no fuese la lealtad a la voluntad revelada de Dios en la Santa Escritura, el edificio erigido no pasa de «madera, heno y hojarasca», para ser destruido en el fuego purificador del día postrero.

Y, aún más, la puerta abierta, en armonía con los principios de la Escritura, no debe ser franqueada, a menos que sea oída una llamada personal y se pueda decir: «Hago esto porque tengo el testimonio del Espíritu de Dios con mi espíritu de que él así lo quiere».

En resumen, siempre tenemos la prueba triple, que es inestimable en cuanto a los detalles de cada día, y en las crisis de la vida: la verdad de Dios, contenida en la Palabra de Dios; el propósito de Dios indicado por el Espíritu de Dios; el gobierno de Dios evidenciado en la apertura de puertas por parte de Dios.

Una condición perpetua permanece: la obediencia. Esta palabra, como veremos, no es usada aquí precipitadamente. Ella presupone un deseo de conocer y hacer, expresándose en la devoción de buscar y obedecer. Tal obediencia será siempre en la perfecta confianza del espíritu del hombre en la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo. Donde existe esta confianza, la obediencia va a ser indiscutible, inmediata y completa.

La tendencia de la época es la complacencia. Algunos pueden leer este mensaje final y, volviéndose, decir: ¡Esto no es fácil! ¿Cuándo fue que Cristo sugirió facilidad a los hombres en el método arreglado por ellos mismos? No advirtió él solemnemente a aquellos que querían seguirlo a calcular el precio, indicando que el camino de sus pisadas exigía la negación del yo y el tomar la cruz? Si la perfección del carácter, el placer de la vida, y la permanencia del ser, que profesamos desear, deban ser alcanzados, eso sólo será posible mediante gran esfuerzo y actividad: tiempo, pensamiento, energía – todos son necesarios.

Sea el fin como el principio. Sólo una cosa importa: que la voluntad de Dios sea hecha. Para tal fin, cada uno eche afuera el prejuicio y ciñéndose «los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado». El resultado final será la recompensa perfecta de todo el esfuerzo del camino que conduce hacia allá.

Tomado de God’s Perfect Will.