Siete aspectos en que Betania representa a la asamblea local de creyentes.

Y dejándolos, salió fuera de la ciudad, a Betania, y posó allí».

– Mateo 21:17.

El aposento alto del primer capítulo de los Hechos está relacionado con Betania, «la casa de los higos», y Betania con el aposento alto. Vamos a tomar este pensamiento y, si el Señor nos ayuda, vamos a llevarlo hasta su plenitud. Lo que está ante nosotros es el deseo del Señor de tener al final lo que tuvo al principio – tener en su pueblo, espiritualmente, lo que él constituyó por su propia presencia al principio. Y si me pidieran que resumiera en una palabra lo que siento es el objetivo del Señor, debo decir, hablando simbólicamente, que es ‘Betania’. Porque Betania, a mi entender, corresponde totalmente al pensamiento del Señor. Él quiere tener las cosas sobre la base de Betania, constituidas según Betania, y quiere tener su Iglesia universal representada localmente por ‘Betania’. Ahora veremos siete pasajes donde Betania es mencionada.

El Señor reconocido y recibido

Lucas 10:38: «Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea (no se olvide que estas aldeas representan iglesias locales); y una mujer llamada Marta le recibió en su casa (ahora usted sabe de quién era la casa, quién era la cabeza de esa casa). Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo…»

En esta primera mención de Betania, tenemos una o dos cosas que en principio representan esa iglesia, esa casa en la cual el Señor tiene puesto su corazón. Y me tomo inmediatamente de esta palabra: «Y una mujer llamada Marta le recibió en su casa». La palabra «recibió» es la clave de todo, y representa precisamente aquello que hace la gran diferencia.

Recordemos que con respecto a la venida del Señor desde la gloria a esta tierra, se dijo: «A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron» (Juan 1:11). Él dijo de sí mismo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene donde recostar la cabeza» (Lucas 9:58). Si entendiéramos su real significado, cuando reflexionamos acerca de quién se dice lo primero, y quién está diciendo lo segundo, quedaríamos atónitos. He aquí el Creador de todo, el Dueño de todo, el Señor del cielo y de la tierra; quien tiene el mayor derecho a todo más que cualquier otro ser en el universo; el Señor para el cual y a través del cual fueron hechas todas las cosas. Él vino, y no tenía dónde recostar su cabeza en el mundo de su creación, en el mismísimo ambiente donde todos sus derechos son soberanos. No fue recibido; y aun, como una real expresión de la actitud de su propio pueblo, él lo denunció, diciendo: «Éste es el heredero; venid, matémosle, y apoderémonos de su heredad. Y tomándole, le echaron fuera de la viña…» (Mateo 21:38,39).

Pero aquí leemos: «Y una mujer llamada Marta le recibió…». «Mi iglesia». Su iglesia, su casa espiritual, es el lugar donde él es recibido con gozo y donde encuentra su reposo. Este es su lugar, su lugar en un mundo que lo rechaza; el lugar donde él es reconocido. ¿Nota usted que, cuando las iglesias son dispersadas sobre la faz de la tierra, este es siempre el principio de una iglesia? Ellos «reciben» la palabra. Pentecostés fue eso: «Así que, los que recibieron su palabra…» (Hechos 2:41). Este es el principio de la iglesia – así es en todo lugar. Es una percepción espiritual, expresada en un corazón receptivo. Esta es la primera cosa que caracteriza a su iglesia: el recibirlo. Es darle a él su debido lugar, el lugar de honor.

Ahora, eso puede parecer muy simple, pero representa mucho para el Señor, y nos lleva bastante adelante, porque representa muchísimo más que una visita pasajera del Señor en nuestro medio. Representa más bien que el Señor ha encontrado por fin una base, un terreno donde permanecer, una posición que le provee lo necesario para que él pueda asegurar sus derechos en el universo.

Y es por eso que el Señor ha querido tener aquí a su iglesia repartida en muchas asambleas locales, sobre toda la faz de la tierra. Ellas son testimonio de sus derechos soberanos, en un mundo donde esos derechos son disputados y negados. Ellas están aquí para proclamar: ‘Sí, suyos son los derechos supremos en este mundo, no los derechos del usurpador’, y mantienen ese testimonio. Cuando él regrese, ellas serán el medio, el instrumento para recuperar esos derechos que se le han disputado y de los cuales él ha sido despojado. Recibir al Señor significa algo que abarca muchas cosas. Él volverá a los suyos porque ya los posee.

Ahora ustedes entienden por qué el diablo siempre está intentando destruir, si es posible, la expresión local de la iglesia, que está viviendo en unión y compañerismo celestial con él. Satanás lo hace porque ellas representan los derechos del Señor – y con su presencia están todo el tiempo disputando al usurpador tales derechos. El arca del testimonio está allí; y mientras está allí en nombre del Señor, el usurpador no puede tener el control universal. El diablo sabe que eso representa que su reino es derrotado, y que es amenazado, y ello es una espina constante para él en su costado. Y así, si es posible, él querrá apagarlo, romperlo, dividirlo, hará todo lo posible para librarse de esa expresión local que está por Cristo y en la cual está Cristo. Eso es por lo cual la iglesia ha de ser localmente representada; por lo que cada creyente ha de estar aquí en la tierra: una posición para el Señor en esta tierra, un testimonio de su soberano señorío y derecho. Recibir al Señor le proporciona a él tal posición y tal testimonio.

Así vemos cómo el primer asunto en relación a Betania es de suma importancia. Representa un principio de tremendo valor. La Iglesia se constituye, para empezar, en el simple principio de que Cristo ha encontrado un lugar: en medio de toda una gama de rechazamientos, él ha encontrado un lugar.

La satisfacción de su corazón

Ahora continuamos con el pasaje: «…le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra». Literalmente, las palabras son: «quien se sentó a los pies de Jesús y continuaba escuchando su palabra». Eso fue lo que irritó a Marta: ella continuaba escuchando. Lo que Marta realmente dijo al Señor estaba en el mismo tiempo verbal. Cuando ella vino al Señor, dijo: «¿No te da cuidado que mi hermana continúe dejándome servir sola?». «¡Continúa dejándome!» –porque ella «continuó escuchando».

¿Qué significa esto? Que al Señor debe proveérsele aquello que él más desea, que es la satisfacción de su corazón. El corazón del Señor encontró satisfacción en lo que María hizo. Este es el verdadero significado de Betania.

Si vamos a Mateo 21, encontramos la historia de la higuera. Jesús va desde Jerusalén a Betania; él ha estado en Jerusalén y ha visto las cosas en el templo. Su corazón se ha dolido con la agonía del desengaño. Él ha observado todas las cosas, pero no ha dicho nada, y ha regresado a Betania. Por la mañana, cuando va de camino, tiene hambre, y viendo una higuera, se acerca para ver si tiene frutos. Pero no encuentra ninguno, y dice, «Nunca jamás nazca de ti fruto». Cuando vuelven, los discípulos le hacen notar que la higuera está marchita y muerta.

Ahora, esa higuera, como sabemos, se refería a Jerusalén, y es un tipo del Judaísmo de aquel tiempo. El desengaño del corazón que el Señor había encontrado en el templo se equipara con el desengaño al venir hambriento a la higuera y no encontrar frutos; ambas cosas son una. Ese orden de cosas, entonces, queda fuera de su esfera de interés; el judaísmo queda fuera por el resto del siglo. «Nunca jamás nazca de ti fruto» (Gr. «hasta el siglo»). No puede satisfacerlo, por tanto, queda fuera; es un árbol marchito que no le proporciona nada al Señor.

Pero mientras aquel desengaño del corazón se siente tan agudamente, y es registrado de esa forma por él, va a Betania. Betania quiere decir «la casa de los higos.» Ni en el templo, ni en Jerusalén encuentra el Señor su satisfacción, sino en Betania. Es por eso que él siempre iba allí. La satisfacción de su corazón no estaba ahora en el frío, inanimado y formal sistema religioso vigente, sino en la atmósfera viva, cálida y palpitante de la casa de Betania. Él siempre supo que, aunque sus palabras eran rechazadas en Jerusalén, ellas eran aceptadas y oídas ávidamente allí, y habría siempre alguien que ‘continuaría escuchando’.

Me impresiona Hechos 2, donde dice que, después de Pentecostés, los que creyeron «perseveraban en la doctrina de los apóstoles» (vs.42). Como ven, allí comenzó la iglesia, y ésa es su característica: «perseveraban en la doctrina de los apóstoles». Estamos tan acostumbrados a esas palabras que ellas no parecen transmitirnos mucho. ¿Soportarían ustedes una manera práctica de ilustrarlo?

En estas páginas se están diciendo ciertas cosas. Ahora usted las leerá, y seguirá su camino, y tal vez las recordará por un tiempo; o quizás por un rato se acuerde de Betania. La mención de Betania le recordará algo –ciertas cosas que usted ha leído. Usted puede hablar de este mensaje como un mensaje más o menos bueno, interesante, o algo así. ¡Pero qué diferencia hay entre eso y salir y ‘perseverar en la doctrina’! Usted mismo debe interpretar esto, y decirse a sí mismo: ‘¿Qué significa para mí perseverar en esto?’.

La palabra real es ‘perseverar’. «Perseveraban en la doctrina de los apóstoles». Hay total diferencia entre persistir en la enseñanza, y marcharse diciendo: ‘Creo que fue un mensaje muy bueno’. Perseverar representa la aplicación práctica, positiva, del corazón de la verdad, y eso constituye la iglesia del Señor; es donde lo que viene de él es recibido y donde el corazón entero, la vida entera, se da a él.

Y eso fue probablemente lo que a Marta no le gustó. María entretanto se abandonó a él, se dio a él; y eso era lo que el Señor buscaba. Me pregunto cuál sería el resultado si nosotros tomamos esa actitud hacia cada palabra de verdad divina que nos llega. Cuando pienso en las montañas de verdad que han sido construidas, no puedo dejar de preguntar: ¿Cuál es el porcentaje de verdadera aplicación de esa verdad por parte de aquellos que la oyen? Fue porque ellos tomaron tal actitud práctica al principio hacia las cosas que oyeron, y perseveraron en ellas, que hubo tal efectividad. Ellos no se marcharon diciendo: ‘¡Qué maravilloso sermón predicó Pedro hoy!’ No, ellos perseveraron en la enseñanza de los apóstoles.

Eso es lo que el Señor desea. Es lo que satisface su corazón. María se sentó a sus pies y continuó escuchando su palabra, y eso satisfizo el corazón del Señor cuando todo lo demás lo defraudó. La satisfacción de su corazón debe ser un rasgo de la vida de su pueblo; y la satisfacción del corazón suyo es simplemente esto, que nos apropiemos de su palabra, que la estimemos debidamente, la consideremos como la cosa suprema. La iglesia debe ser «la casa de los higos» para el Señor.

Una cuestión de proporción

Miremos ahora a Marta. «Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo…». El griego es muy fuerte aquí. Si ella hubiera dicho todo lo que estaba en su mente, habría dicho al Señor: ‘Tú eres el responsable por esto, tú cooperas con esto, y depende de ti ponerle atajo’. Es lo que está implícito en las palabras originales. Había estado guardando esto, y por fin, incapaz de contenerse por más tiempo, vino a él y estalló: «Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude».

Ahora, quiero que ustedes capten la fuerza de la situación, y ello les ayudará a estar cerca de Marta. Debemos entender la tendencia y la posición de ella. La frase «se preocupaba con muchos quehaceres», apenas nos transmite lo que era realmente la situación. Pienso que de la traducción recibimos una impresión muy imperfecta de cómo eran exactamente las cosas. La palabra griega aquí significa «estaba distraída», o «tiraba en diferentes direcciones». Probablemente en su cara mostraba su ansiedad. ¿Y cuál era esa ansiedad? Muchos quehaceres de la casa, quizás muchos platos; preocupaciones de todo tipo. Y el Señor le dijo: ‘Marta, tú estás molesta por toda clase de consideraciones secundarias; tomas más de lo que puedes manejar. Pero hay una sola cosa que es verdaderamente necesaria’.

¿Están empezando a entender la situación ahora? Simplemente era necesario un ajuste de cosas por parte de Marta, para que lo más importante tuviera su lugar. No era que al Señor no le simpatizara que Marta estuviera preparándoles comida, sino que él vio que este afán doméstico era para ella cosa trabajosa y abarcante, que se salía completamente de toda proporción, que la llevaba a poner las cosas más esenciales en un lugar inferior.

Sí; una comida puede ser buena, pero ojalá pongamos las cosas en su correcta proporción. Que las cosas temporales no sobrepasen lo espiritual. No estemos tan ansiosos y entretenidos en las cosas pasajeras de tal modo que las cosas espirituales sean eclipsadas. Porque lo único que mantiene todas las otras cosas en su lugar correcto es lo que viene de los labios del Señor.

Vean, es una cuestión de proporción, es una cuestión de dónde se está poniendo el mayor énfasis. Es una cuestión de si usted está permitiendo que las cosas de esta vida lo absorban, lo ocupen, y lo rodeen con ansiedad, de tal manera que las cosas mayores no estén teniendo su oportunidad. Creo que todos concordamos en que no tendríamos ninguna disputa con el Maestro acerca de María cuando vemos las cosas de este modo.

Esa era la situación completa. En la casa de Dios, por sobre todos nuestros asuntos, por sobre todas nuestras miles de febriles actividades de obra cristiana –la única cosa que importa es llegar a conocer al Señor, y darle una oportunidad a él para darse a conocer. A menudo, hay febriles actividades en lo que se llama ‘la iglesia’, que excluyen la voz del Señor, lo dejan fuera; es todo lo que estamos haciendo, y así él no tiene ocasión para hablar. El lugar que lo satisface es el lugar que se ajusta a las cosas supremas.

Bien, hasta aquí Marta.

El perfume de gran precio derramado

Ahora vayamos a la cuarta cosa, en Mateo 26:6-13. Se trata de la misma aldea, y ahora es el pasaje de la mujer con «un vaso de alabastro de perfume de gran precio». Este incidente nos habla en primera instancia del reconocimiento del valor del Señor Jesús. Todos los que vieron, dijeron: ‘Él no vale la pena’. eso es lo que se concluyó: ‘Él no vale la pena’. Por supuesto ellos no habrían dicho eso, pero se implica. Ella, sin embargo, reconoció su valor –él valía el ‘gran precio’. Era la gran preciosidad de Cristo que estaba a la vista aquí, como algo reconocido. Eso, pienso, es el asunto principal. Este es un rasgo de Betania, un rasgo del aposento alto, un rasgo de «Mi iglesia». es un rasgo de la asamblea del Señor, un rasgo del pueblo que está en su propio corazón: el reconocimiento de su preciosidad, su valor supereminente, de manera que no haya nada demasiado costoso para ponerlo a sus pies. «Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso –es la preciosidad» (1 Pedro 2:7).

Esa es la causa que hace a su iglesia de gran valor para él, que allí su valor se reconoce, y él es apreciado y estimado cada vez más en su verdadero valor. Eso debe marcar a la casa del Señor. Es un rasgo que debe ser desarrollado cada vez más. Es una cosa a la que debemos atender, que tengamos un diligente y siempre creciente reconocimiento de la preciosidad y valor del Señor Jesús. ¡Oh, cuán diferente es esto del sistema de iglesia meramente formal! Nosotros apenas podemos decir que allí se aprecie el mérito y el valor del Señor Jesús. Allí donde está esa estimación, usted tiene la iglesia; donde no está, con todo lo que se pueda ver de adornada y elaborada presentación, no está la iglesia, no es el lugar de su deleite.

Pienso que hay algo más aquí. El quebrantamiento del vaso permite mostrar la preciosidad del perfume. Es ‘el vaso de barro frágil’ que, estando roto, hace posible la manifestación y expresión de las glorias de Cristo. Mientras ese frasco está entero, fuerte, y sano, si usted lo mira, tal vez diga de él: ‘Ése es un bonito jarrón, una maravillosa pieza de alabastro’ –pero usted no está llegando a lo que está en el secreto. Nosotros podemos considerar a los hombres con intelectos espléndidos, hombres muy bien presentados, predicadores maravillosos, etc., –ocupados con el vaso, el jarrón– y lo demás estar sellado, estar escondido; pero cuando el jarrón se quiebra y es desparramado, entonces usted llega al secreto del tabernáculo que contiene la gloria de Cristo.

Vemos esto en Pablo. Supongo que Saulo de Tarso era intelectual, moral y religiosamente una maravillosa pieza de alabastro. Él mismo nos cuenta que así fue; nos habla de todo aquello en lo que podía gloriarse y que los hombres veían y sin duda alababan; pero él fue quebrado y ya no es más Saulo, y ya no es más Pablo, sino es la belleza y gloria de Cristo. Es la fragancia de Cristo, manifestada cuando el vaso es quebrado.

Amados, es así en nuestra experiencia. Se ha permitido a la iglesia, la verdadera iglesia, el ser quebrada, y quebrada de nuevo; lo mismo a los miembros individualmente. ¿No se ha probado a través de la historia que, para la iglesia y para el individuo, la ruptura, el ser quebrado, su desparramar y sus heridas, han provocado una expresión de las glorias de Cristo de una manera maravillosa? Ha sido precisamente así. Nosotros pasamos por una nueva experiencia de ser quebrantados; a veces lo ponemos de otra forma y decimos que estamos siendo llevados más profundamente a la muerte de Cristo, entrando en una experiencia renovada de la Cruz: sin embargo, como queramos decirlo, siempre significa la ruptura del vaso – pero créanme, amados, eso significa una más plena expresión y conocimiento de la gloria de Cristo, y nos traerá a una nueva apreciación de él. Descubriremos más de él en el tiempo de nuestro quebrantamiento. Y en la misma forma la iglesia atraviesa el camino de la Cruz, pero por esa ruptura viene a apreciar más el valor del Señor Jesús.

El poder de su resurrección

Pasamos a Juan, al muy conocido capítulo 11. Aquí vemos de nuevo a Betania, y en esta ocasión tenemos ante nosotros la resurrección de Lázaro. No pasaremos por todos los detalles de la historia, sino simplemente vamos a una conclusión al final. Betania, en este caso, es la esfera de la manifestación del poder de la resurrección, de la vida de resurrección. Hay muchas otras cosas aquí. Hay una maravillosa expresión de amor y de comunión en este capítulo. Lejos de Betania, el Señor dijo a sus discípulos: «Nuestro amigo Lázaro duerme». No «mi amigo», sino «nuestro amigo». Véanlo, eso es comunión. «Y amaba Jesús a Marta, y su hermana y a Lázaro». eso es amor. Todos éstos son rasgos de Betania; pero el rasgo que resalta aquí es la manifestación del poder de su resurrección, la vida de resurrección.

Y de nuevo aquí Betania es una ilustración de la iglesia que él está edificando. Sabemos esto por Efesios, ‘la epístola de la Iglesia’, como solemos llamarla. Muy pronto llegamos aquí al lugar donde se nos dice que «nos dio vida juntamente con Cristo» (Efesios. 2:5). La iglesia es el vaso en el cual es desplegado el poder de su resurrección; y aquí de nuevo no sólo testificamos del hecho, de la doctrina, sino tenemos que aplicar la prueba, que la iglesia según la mente del Señor es aquella en que se despliega el poder de su resurrección y de su vida.

Hemos de reconocer que el objetivo de nuestra existencia como iglesia, como su Cuerpo, es que él pueda desplegar en nosotros el poder de su resurrección y su vida. Al reconocer esto, concordaremos con el Señor en que hemos de consagrarnos a él. Allí termina nuestra responsabilidad; si brota de nuestro corazón, el Señor iniciará su obra.

Nosotros no podremos resucitarnos a nosotros mismos como tampoco podemos autocrucificarnos, pero hemos de reconocer que los tratos del Señor con nosotros tienen el propósito de desplegar el poder de su resurrección, para lo cual muy frecuentemente él tiene que permitir que las cosas lleguen más allá de lo que todo el poder humano pueda remediar o evitar, de permitir que las cosas vayan tan lejos que no haya otro poder en todo el universo capaz de hacer algo para salvar la situación. Él permitirá obrar a la muerte, a la desintegración, para que así nada, nada en el universo sea de algún provecho, excepto el poder de su resurrección.

Vendremos a la posición donde vino Abraham, quien es el gran tipo de la fe que precede a la confirmación de la resurrección: «…al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto» (Romanos 4:19). Esa es la frase usada por el apóstol en relación a Abraham: «ya como muerto.» Y Pablo mismo lo probó: «Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos» (2ª Corintios 1:9). Los hombres pueden hacer cualquier cosa en el reino de la creación, pero ellos son impotentes cuando la muerte se hace presente. La resurrección es el acto de Dios, y solamente de Dios. Los hombres pueden hacer muchas cosas mientras tienen vida, pero cuando no hay vida es sólo Dios quien puede hacer algo. Y Dios permitirá a su iglesia y sus miembros en todos los tiempos entrar en situaciones que están más allá de la ayuda humana, para que él pueda manifestarse a sí mismo donde ningún hombre tenga ocasión para gloriarse.

Así, el Señor Jesús dijo: «Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». ¡Glorificado! Nos hemos ocupado de la marcha de las cosas; es decir, en la línea de la desesperanza humana, pero cuánto tardamos en aceptar que puede haber un resultado. Cuando las cosas llegan a una situación desesperada, nos ofuscamos y pensamos que todo ha salido mal. ¡Eso puede ser lo correcto para el Señor! Oh, sí, es desesperado; hay desesperanza y horror; no obstante, esa misma situación proveerá al Señor una suprema oportunidad para levantar un testimonio suyo de primera importancia; a saber, el punto de salida. Y esa salida de su parte será el buen resultado.

Cuando por fin, en la eternidad, leamos la historia de la iglesia que es su Cuerpo, y veamos todo lo que realmente transcurrió, tendremos que confesar que ninguna institución humana, ninguna obra humana, podría haber sobrevivido, podría haber pasado a través de todo lo que los santos experimentaron, si no fuese por Él. Cuando es entendido a la luz de eternidad y medido según las verdaderas normas espirituales, diremos que ninguno sino el Dios Todopoderoso podría conseguirlo: que indudablemente ha llegado a ser el medio de expresión de «la supereminente grandeza de su poder» (Efesios 1.19); y eso es decir bastante. Si «la supereminente grandeza de su poder» es necesaria en esto, ello nos habla acerca de lo mucho de que tuvimos que ser librados.

De eso trata la resurrección; como usted sabe, las palabras allí se conectan con esto: «la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándolo de los muertos» (Efesios 1:19,20). eso es «para nosotros los que creemos». ahora, la iglesia, el testimonio de Betania, es ser un testimonio del poder de su resurrección, y si sus métodos con nosotros lo hacen necesario, entonces animémonos y confortémonos con el hecho de que somos una verdadera expresión de lo que él desea de su iglesia.

Celebrando su victoria

Pasamos del capítulo 11 al capítulo 12 de Juan. «Seis días antes de la pascua, vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos. Y le hicieron allí una cena; y Marta servía…» (ella no había entendido, de las palabras del Señor, que ese servicio estaba mal; ella todavía está sirviendo, pero está bien ahora); «…y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume».

Aquí tenemos la fiesta, y la fiesta tiene varios elementos. Uno, representado por María y su acción, lo cual nos habla de adoración. Nuevamente, es la apreciación de Cristo que está a la vista. Eso es adoración. La adoración –según el pensamiento de Dios– es simplemente la valoración del Señor Jesús; llevando a la presencia de Dios el dulce aroma de un corazón que aprecia a su Hijo. Eso puede parecer simple, pero la adoración en su más pura esencia es lo que nosotros pensamos del Señor Jesús, expresado al Padre. La iglesia existe para esto. Betania habla de esto.

Marta servía, pero ahora es un servicio hecho en la proporción adecuada. Todavía está sirviendo, pero no hay ningún reproche ahora. Ya no hay ansiedad en su rostro; ella no está afanada en sus quehaceres: está sirviendo en una casa de resurrección. Aquí es un servicio proporcionado y el servicio en la casa de Dios es realmente según su pensamiento cuando el servicio es en comunión con, y en correcta proporción a, la adoración. Ahora hay ajuste entre las hermanas. Antes estaban en discordia, porque las cosas estaban desproporcionadas y fuera de lugar; ahora el ajuste ha sido hecho y ellas se entienden bien. Eso es servicio proporcionado.

Lázaro estaba sentado a la mesa, y por supuesto esto representa el principio de la vida de resurrección. Eso, de nuevo, es una marca de la casa espiritual del Señor. Tenemos, pues, adoración, servicio proporcionado y vida de resurrección.

Sí, pero siempre hay alguna cosa siniestra rondando: «¿por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?». cuando usted tiene la iglesia así como el Señor la quiere, siempre se encontrará que el diablo está acechando muy cerca. Y esto mismo puede significar una buena recomendación de la Iglesia, pues cualquier cosa sobre la que el diablo no mire celosamente, no será aquello que satisfaga el corazón del Señor. Siempre ha sido así. Simplemente empiece a conseguir algo conforme al corazón del Señor, y hallará una cosa siniestra que empieza a rondar con la intención de destruir esa adoración, a desviar esa apreciación del Señor. Eso se vuelve un rasgo propio de la iglesia misma, que el diablo ponga su mirada celosamente en lo que el Señor está consiguiendo, y lo pretenda para sí mismo.

Como usted ve, la iglesia es quien le brinda al Señor Jesús aquello que le pertenece legítimamente, y que desde tiempos inmemoriales el diablo ha intentado robar, y lo hará en la Iglesia si puede, porque la Iglesia es aquello en lo cual el Señor consigue lo que satisface su corazón en Cristo.

Afuera y arriba

Terminemos subrayando la última cosa en Lucas 24:50-52. «Y los sacó fuera hasta Betania: y alzando sus manos, los bendijo. Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo. Ellos, después de haberle adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo».

Tres expresiones: «los sacó», «los bendijo», «fue llevado arriba». Salieron fuera con el Señor a su lugar de separación, bajo su bendición y unidos con él en el cielo. Para usar las palabras de Pablo, «…nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús». eso es Betania, esa es la Iglesia, es lo que el Señor quiere tener hoy en la vida de los suyos.

Vuelvan a repasar una vez más lo relativo a Betania y permítanle a su corazón ejercitarse en estas cosas, y esfuércese para que el Señor tenga en usted estos rasgos que son conforme a su pensamiento. Y lo que hagamos individualmente, busquemos también hacerlo en comunión en las iglesias locales a las que estamos vinculados, de tal manera que seamos verdaderas Betanias, la expresión aldeana de la gran ciudad de Dios, la Jerusalén celestial.