Algunos principios de la guerra espiritual, basados en el libro de los Jueces.

Obedeciendo la orden del Señor

Hemos visto hasta aquí que el primer paso en el camino de la victoria, de la liberación, es «clamar al Señor». Y en respuesta a ese clamor veremos a Dios actuar en medio de su pueblo, conduciéndolo a una plena victoria en la batalla.

El segundo paso es «recibir y obedecer aquello que el Señor nos ordena en su palabra».

«Gobernaba en aquel tiempo a Israel una mujer, Débora, profetisa, mujer de Lapidot; y acostumbraba sentarse bajo la palmera de Débora, entre Ramá y Bet-el, en el monte de Efraín; y los hijos de Israel subían a ella a juicio. Y ella envió a llamar a Barac hijo de Abinoam, de Cedes de Neftalí, y le dijo: ¿No te ha mandado Jehová Dios de Israel, diciendo: Ve, junta a tu gente en el monte de Tabor, y toma contigo diez mil hombres de la tribu de Neftalí y de la tribu de Zabulón; y yo atraeré hacia ti al arroyo de Cisón a Sísara, capitán del ejército de Jabín, con sus carros y su ejército, y lo entregaré en tus manos?» (Jue. 4:4-7).

Vemos en estos versos al Señor compadeciéndose de su pueblo y enviando el socorro, luego de haber oído su clamor. Por medio de Débora él envía una palabra profética para despertar a su pueblo y llevarlo a la victoria sobre su opresor. Esta palabra estableció lo que el pueblo debería hacer para que el Señor entregase al enemigo en sus manos: Sólo creer y obedecer la orden del Señor.

Ellos participarían de una batalla cuya victoria era segura, pues el Señor iría al frente de ellos (v. 4:14), entregando en las manos de su pueblo a Sísara con sus carros y sus tropas. (4:7). «Jehová quebrantó a Sísara, a todos su carros y a todo su ejército, a filo de espada delante de Barac» (4:15). ¿Y qué necesitaron hacer ellos aparte de atender a la convocación del Señor? ¡Nada!

¡Aleluya! ¡En nuestra batalla quien va al frente es el Señor! ¡Quien derrota al enemigo delante de nosotros es el Señor! Sólo nos cabe dar un paso de fe obedeciendo su Palabra.

Débora estaba en una posición de vencedora y es usada por Dios como madre de Israel (5:7). Ella trajo la palabra de parte del Señor para animar al pueblo. Se nos dice que Débora habitaba debajo de una palmera que después vino a tener su nombre, entre Ramá y Betel.

Nuestra posición debe ser como esa de Débora: habitar entre Ramá y Betel. Ramá significa «lugar alto» y nos recuerda nuestra posición, que estamos sentados en lugares celestiales con Cristo Jesús (Ef. 2:6), donde fuimos bendecidos con toda bendición espiritual (Ef. 1:3). Betel, que es la «casa de Dios», nos habla de cuál debe ser nuestra experiencia.

La Casa de Dios es el lugar para expresar y manifestar, juntamente con todo el pueblo del Señor, aquello que hemos recibido en Cristo. O sea, nuestra experiencia debe ser la expresión de aquello que es celestial, debe reflejar la posición que tenemos en Cristo. La Casa de Dios también nos habla de nuestras comunión unos con otros, de nuestro fortalecimiento corporativo. Necesitamos de todos los hermanos y hermanas para experimentar la plena victoria del Señor en nuestras vidas. El resultado de esa realidad es que prosperaremos en el camino del Señor.

Las Escrituras nos hablan de que «el justo florecerá como la palmera» (Salmo 92:12), y el hecho de que Débora habitaba debajo de la palmera nos hace recordar eso.

Es interesante notar que el Espíritu del Señor no solamente registró «Débora, profetisa», sino también «mujer de Lapidot». Creo que el Espíritu Santo consigna aquí a quien es cabeza de Débora, su marido, para recordarnos que debemos estar sujetos al gobierno de Dios. Estar bajo el gobierno de Dios es estar en una posición de vencedor. Cuando estamos bajo el gobierno de Dios, sujetos al señorío de Cristo, nuestra cabeza, recibiremos la Palabra de Dios, y en obediencia y confianza, avanzamos.

Barac recibió una palabra muy específica de parte del Señor, traída por Débora. La pregunta que ella le hace a Barac nos sugiere una cosa: que cuando ella le trajo esa palabra profética a Barac, ya Dios había hablado con él. Barac ya sabía la voluntad de Dios, mas él estaba tardándose en hacer aquello que era el propósito de Dios. Esa era una de sus debilidades. Y Débora, con esta palabra profética, intenta despertarlo nuevamente. Era como si Débora estuviese diciendo a Barac: «¿No habló el Señor eso? ¿Qué espera usted? ¡Anímese! ¡Saque su espada a favor del Señor y de su pueblo!».

El poder de la palabra viva

Es necesario que la Palabra del Señor venga a nosotros con frescor, con poder, con unción, para reanimarnos. ¡Es necesario muchas veces que aquella palabra escrita (logos) se torne una palabra viva (rhema)! Y en cuanto a la batalla, es esa palabra viva la que hará la diferencia. Ella es la verdadera espada del Espíritu (Ef. 6:17).

La situación de Barac nos hace recordar aquellos dos discípulos en el camino a Emaús. El Señor los exhortó diciendo: «¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer …! (Luc. 24:25). Nos parece que Barac estaba en esa situación de debilidad. El Señor ya había hablado, él ya sabía lo que debería hacer, mas por su incredulidad estaba demorando en hacer la voluntad del Señor. Y, por lo tanto, él necesitaba ser despertado.

¡Cuántas cosas el Señor ya ha hablado con nosotros! El Señor nos ha mostrado lo que debemos hacer en alguna situación en nuestra vida. Algún cautiverio, algún pecado oculto, alguna debilidad que nos ha hecho tropezar, etc. Mas parece que muchas veces nos demoramos en hacer según la Palabra del Señor. Sabemos lo que las Escrituras nos dicen respecto de la situación que estamos viviendo, mas aquellas verdades de Dios todavía no se han tornado realidad en nosotros.

Por ejemplo, usted conoce la expresión de las Escrituras «no temas» (esta expresión aparece 366 veces en la Biblia, una para cada día del año: incluso hay provisión para el año bisiesto), mas usted puede estar pasando por una situación en que aún queriendo confiar, siente miedo. ¡Pero, por la misericordia del Señor, de una forma maravillosa el Espíritu Santo vivifica esta palabra en su corazón! ¡Oh, qué gloria, porque con esa palabra viva en su corazón nada lo detiene! Toda fe y confianza nacen de manera vigorosa.

Recuerdo que, muchos años atrás, yo estaba pasando por una experiencia en la cual, incluso intentando confiar, estaba con miedo de lo que me podría suceder. En esa situación, el Señor trajo a mi corazón la palabra de Isaías 41:10: «No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia». ¡Una palabra viva! Lanzó fuera toda la desconfianza, todo el miedo, y una fe firme en el Señor se manifestó. ¡Aleluya! El Señor siempre nos envía su socorro. Aquella expresión que yo ya conocía se tornó viva en mi experiencia.

Tal vez eso esté aconteciendo con usted en este preciso momento. Usted está en la batalla y necesita desesperadamente una palabra viva del Señor. Puede ser que usted ya conozca la verdad del Señor, conozca el «logos», pero aún esa verdad no ha hecho efecto en su vida. Por ejemplo, es posible que usted esté esperando la victoria sobre alguna concupiscencia de la carne que lo atormenta. Usted conoce Romanos 6:6: «Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado», pero todavía no es una realidad en su vida. Y, como Jacob, usted se aferra al Señor, y no le deja ir hasta que él torne esa palabra real, hasta que torne ese ‘logos’ en ‘rhema’ para usted. ¡Oh, cuánta diferencia habrá de ahí en adelante! Esa palabra se torna en la espada del Espíritu en su vida, y entonces usted entra en la victoria que hay en Cristo Jesús.

¡Oh, mis queridos hermanos, que el Señor nos dé la gracia de poder hacer habitar ricamente en nosotros la palabra (logos, en griego) de Cristo (Col.3:16), y roguemos al Señor que él por su bendito Espíritu Santo pueda soplar esa palabra de modo que sea viva para cada uno de nosotros!

Barac, un tímido comienzo

Barac era vecino de Hazor. Él vivía en esa ciudad y Jabín estaba a su lado. Día a día él estaba viviendo con aquella situación de opresión, pero aún no se había levantado a favor del Señor, a favor de su pueblo, a favor de sí mismo. ¡Cuántas veces somos como Barac! Su fe estaba mezclada con la debilidad, pues él dijo a Débora: «Si tú fueres conmigo, yo iré; pero si no fueres conmigo, no iré» (4:8). Había un temor y una fe tímida en Barac.

A veces el Señor tiene que decirnos como dijo a sus discípulos: «¿Por qué teméis, hombres de poca fe?». El Señor ya había hablado con ellos: «Pasemos al otro lado», pero había timidez de fe. Barac estaba en esa situación. Débora prontamente le dijo: «Iré contigo». ¿Por qué? Porque ella no tenía ninguna duda de que aquella era la Palabra del Señor, que este era el propósito de Dios. ¡Ella, de hecho, estaba en la posición de vencedora!

Entonces Barac es advertido por Débora: «Iré contigo; mas no será tuya la gloria de la jornada que emprendes, porque en mano de mujer venderá Jehová a Sísara» (4:9). Y, de hecho, Barac no recibió la honra del ataque de la batalla contra Sísara. Jael fue quien llevó esa honra.

Eso nos remite a una solemne palabra del Señor Jesús a la iglesia en Filadelfia: «He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona» (Ap. 3:11). En la batalla del Señor precisamos ser fieles a su Palabra para no incurrir en pérdidas. Ante el tribunal de Cristo podrá suceder que algunos de nosotros perdamos algún privilegio, algún galardón, alguna recompensa que el Señor había preparado para nosotros, ¡aunque nuestra posición en Cristo, como hijos de Dios, permanezca inconmovible!

A semejanza de Barac, muchos de nosotros en nuestro caminar espiritual no comenzamos bien: nos demoramos a causa de la incredulidad y no aceptamos sin reservas la Palabra del Señor. ¡Pero, gracias al Señor, vemos en Barac alguien que, aunque teniendo alguna dificultad en el comienzo de su carrera, concluyó de manera digna del Señor! Y tenemos la evidencia clara de que él completó bien su carrera, pues vemos su nombre registrado en «la galería de los héroes de la fe», en Hebreos 11, junto a vencedores como Sansón, Samuel y muchos otros.

Eso trae claramente a nuestra memoria lo que el Señor dice a través de Pablo: «Se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel» (1ª Cor. 4:2). Es muy doloroso terminar mal nuestra carrera con el Señor, o estar mal en medio de ella. Pero importa mucho más cómo concluiremos nuestra carrera delante del Señor.

Barac, después de esa batalla, todavía continuó peleando las batallas del Señor. Dicen los versículos 23 y 24 del capítulo 4: «Así abatió Dios aquel día Jabín, rey de Canaán, delante de los hijos de Israel. Y la mano de los hijos de Israel fue endureciéndose más y más contra Jabín rey de Canaán, hasta que lo destruyeron». Él fue hasta el fin y concluyó bien su carrera, siendo fiel. De una fe vacilante, tímida, débil, ahora vemos un pleno fortalecimiento. ¡Cuando él vio el brazo poderoso del Señor obrando, cuando él vio cumpliéndose la palabra que le había sido dada, cumpliéndose el propósito de Dios, él se fortaleció en el Señor y en el poder de su fuerza!

El Señor, en su gracia, nos hace experimentar su bondad y fidelidad. Y al experimentar el cumplimiento de su Palabra en nuestras vidas somos alentados y fortalecidos en nuestra fe. Él nos llama, nos convoca para la batalla, así como Barac fue convocado. Precisamos levantarnos y marchar en nombre del Señor. Nuestro general, Cristo Jesús, va al frente. La batalla es de él y él es quien nos da la victoria. En este llamado, o en esta convocación para la batalla, que podamos decir como Pablo: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera». Que podamos ser hallados por el Señor como aquel siervo fiel, que recibió la alabanza de su señor: «Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor» (Mat. 25:21).

El nombre Barac nos es recordado como el hijo de Abinoam (4:6). Uno de los significados del nombre Abinoam es «padre de la gracia». ¿No es interesante que para participar de la guerra del Señor sea convocado uno que es hijo del «padre de la gracia»?

¡Oh, mis queridos, nosotros que un día fuimos salvos por la gracia de Dios, somos ahora hijos del Padre de la gracia! ¡Aleluya! Y solamente aquellos que son hijos de ese Padre son convocados a la batalla. ¡Una batalla en la cual experimentaremos la victoria porque estamos del lado vencedor, estamos en el Vencedor, en Cristo! ¡Tremendo privilegio!

¡Alégrese en el Señor! ¡Usted fue convocado(a) para la batalla porque usted es un(a) hijo(a) del Padre de la gracia!

(Continuará).

Tomado con permiso de http://esquinadecomunhao.blogspot.com.