Un segundo aspecto de Hebreos que nos pone en el camino de la madurez es la comprensión del ministerio sacerdotal del Señor, y la participación de él mismo por parte del creyente.

Si no tuviésemos el libro de Hebreos no tendríamos posibilidad de conocer mucho acerca de la obra de Cristo más allá de la cruz. Cuando David dice en el Salmo 110: «Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec», que es la palabra que cita tres veces Hebreos, estaba señalando un hecho que ocurrió en los cielos «posterior a la ley», un ministerio que el Señor desarrollaría después de su exaltación y entronización a la diestra del Padre.

Ese ministerio es tan perfecto que el Señor no solo fue el Sumo Sacerdote que presentó la ofrenda perfecta al Padre por nuestros pecados, sino que él mismo es la ofrenda presentada. A esto hace referencia Juan cuando dice que «él es la propiciación por nuestros pecados» (1 Juan 2:2). «Propiciación» aquí implica la obra de redención completa, es decir, lo que él hizo como propiciador, y como ofrenda sobre el propiciatorio. Esta es la obra de la cruz.

Pero Hebreos nos lleva más allá de esto, al mostrarnos al Señor, ya concluida su obra redentora, como intercesor ante el Padre. Este es el Sumo Sacerdote «que puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos» (7:25). Nuestra posición está ahora doblemente asegurada delante de Dios, pues Cristo es nuestra propiciación, y también nuestro Intercesor.

Estos dos aspectos de la obra de Cristo, una en la tierra y la otra en el cielo, tienen como objetivo hacer a los creyentes perfectos, llevarlos a la madurez. La voluntad de Dios no es solo salvarnos, sino transformarnos en la imagen de Cristo. Y para eso se requiere de una obra de Cristo posterior a la cruz, que sostenga nuestro caminar en el tiempo presente.

El apóstol Juan va incluso un poco más allá al presentarnos al Señor como nuestro parakletos (que Reina-Valera traduce como «Abogado»), es decir, uno que interviene después que el cristiano ha pecado. Por decirlo de manera simple, el Señor, como Sumo Sacerdote, interviene a causa de nuestra debilidad antes de nuestra caída y, como Abogado, si es que caemos. ¡Maravillosa provisión de Dios para nosotros!

El deseo de Dios al mostrarnos el maravilloso ministerio sacerdotal de nuestro Señor es también conducirnos por el mismo camino, para que los cristianos también ejerzan el ministerio de la intercesión. Esta es una noble tarea, y la que más cerca nos pone del corazón de Dios. Los cristianos maduros son intercesores por excelencia. Un intercesor es aquel que se olvida de sí mismo para tomar sobre sí causas ajenas, como si fueran propias, lo cual es una expresión del amor de Dios, perfecto y desbordante.

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