Algunos de los peligros del alma suplantando al espíritu.

Confundiendo lo anímico con lo espiritual

En mis años de estudio universitario tuve la ocasión de compartir del Señor con varios jóvenes y profesores. Uno de estos jóvenes que se vio por momentos interesado, un día mientras le compartía acerca de la conversión y la acción del Espíritu Santo en la vida del creyente, interrumpió mi relato con la siguiente exclamación: «¡Es exactamente lo que ocurre en las sesiones que yo participo!». Al comentarme en detalle, me explicó que un cierto personaje, una eminencia en psicología que visitaba por ese tiempo el país, le había invitado a participar de sus sesiones, donde a través de una alteración de la conciencia autoprovocada, las personas podían llegar a sanar profundos traumas, dolencias físicas, obtener sanaciones e incluso llegaban a tener manifestaciones «extrañas» como la glo-solalia (lenguaje incomprensible).

Ustedes comprenderán que nuestra conversación no logró avanzar un centímetro. Mi compañero estaba viendo la nueva vida en Cristo como una simple terapia semejante a su experiencia psicoterapéutica. Las manifestaciones que allí ocurrían eran casi calcadas, pero la fuente y motivación eran absolutamente distintas.

Un ejemplo de esto lo tenemos en Moisés cuando sacó al pueblo de Egipto. Recuerden que los sabios y hechiceros llegaron a igualar varias de las señales y manifestaciones que Moisés presentó ante faraón. Esto nos da muestras que en el alma del hombre existe un poder latente, que al desarrollarlo puede llegar a hacer cosas realmente impactantes. Y si se le une una fuerza maligna sobrenatural, arman una coalición poderosísima y peligrosa.

Así pues, podemos llegar a concluir que existe un poder en el alma tan poderosa que podría llegar a confundirse con la acción del Espíritu Santo en el creyente. De hecho, actualmente muchos cristianos al igual que este joven, no alcanzan a diferenciar lo espiritual de lo anímico. Y esto es fundamental en el caminar de todo hijo de Dios.

Tripartito vs. dicotómico

Para aproximarnos a entender este asunto, lo primero que debemos saber es que Dios hizo al hombre tripartito. Es decir espíritu, alma y cuerpo. Y a cada parte le dio una función determinada.

Cuando Dios hizo al hombre lo creó soplando en su nariz aliento de vida (vidas). La palabra «aliento de vida», es una palabra plural que puede explicar la vida doble que recibió el hombre. Es decir, una espiritual, la otra anímica natural. El aliento de vida, que se convirtió en el espíritu del hombre, al tener contacto con el cuerpo de hombre, dio origen al alma. La conciencia del yo. (Jn. 6:63 y Job 33:4).

Una ilustración que ayuda a entender esto es la figura de la corriente pasando por la ampolleta (o bombilla). La acción que ejerce la electricidad al pasar por una ampolleta, da como resultado la luz. Así, el espíritu, al tener contacto con el cuerpo, da origen al alma, aquella parte humana que tiene conciencia de sí – mientras el cuerpo tiene conciencia de lo que le rodea y el espíritu conciencia de lo divino.

Una visión tripartita del hombre es mucho más completa que una visión dicotómica, pues la dicotomía sólo ve al hombre en dos planos, y esto es semejante a ver un cilindro en dos dimensiones, es decir, como un círculo y un rectángulo. Tal visión es demasiado incompleta.

En segundo lugar, debemos desenmascarar esta espiritualidad que se le pretende dar al alma, que confunde seriamente la dinámica interna del cristiano. Ver el espíritu sólo como la parte más sublime y espiritual del alma es una rotunda equivocación. No hay nada más distinto al espíritu que el alma. El alma no es quien busca a Dios, sino el espíritu. El alma está pegada a la carne.

La causa del mal

La explicación la encontramos en la caída inicial. Cuando el hombre pecó, todo el orden se trastocó. Lo que en un comienzo fue el propósito de Dios, el cual era que el hombre se gobernara a partir de su espíritu con la incorporación de la vida divina en su ser, el alma tomó un rol protagónico al recibir la fruta del conocimiento del bien y del mal, elevando la vida natural (terrenal) y suprimiendo la vida del espíritu.

Puesto que el alma tiene tantas capacidades, éstas, potenciadas, pueden llegar a confundirse suplantando la actividad espiritual. La ilustración a esto es la imagen de un amo, dueño de una gran casa, un mayordomo y una criada. El amo es el espíritu, el alma el mayordomo y la criada el cuerpo. Pues bien, en la caída, el mayordomo se confabuló con la criada y relevó al amo de su función tomando el dominio de la casa.

Esta es la condición del hombre actual. Su espíritu está muerto en relación a Dios, en coma, gravemente relegado por una fuerza natural poderosísima. Y en esa condición, el remedio no es agregar más fuerza natural, sino resucitar el espíritu. Así pues, la respuesta de Dios a esta tragedia no se dejó esperar. Dios, en Cristo, nos dio su Espíritu por medio del cual participamos de la gracia divina. Y en esta nueva condición, vivimos ya no por nuestra fuerza natural sino por su Espíritu. Como está escrito: «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, dijo el SEÑOR de los ejércitos» (Zac. 4:6).

Dos preguntas importantes

Ahora volviendo a nuestra inquietud inicial: ¿Puede un cristiano que ha recibido el Espíritu de vida seguir viviendo la vida cristiana a través de su alma? ¿Le agrada al Señor que el cristiano, hijo de Dios, tenga como principio de vida la fuerza natural de su alma? La respuesta a la primera pregunta es «Sí». Un creyente puede llegar a estar confundido viviendo la vida cristiana en la vida de su alma. Pero respecto a la segunda, es un rotundo «No». Puesto que el propósito de Dios fue siempre que el hombre viviera por su espíritu, seguir viviendo en la vida del alma es seguir viviendo en la carne; es seguir viviendo en el primer Adán, el cual no agradó al Señor. «Lo que es nacido de la carne, carne es…».

Pero aquel que es nacido en el postrer Adán, espíritu vivificante, tiene la Vida de Dios incorporada en su espíritu. (Ro. 8:16). Porque el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.

Los peligros de vivir por el alma

En consecuencia, quienes viven bajo el poder de su alma son los creyentes anímicos y como tales tienen a lo menos tres grandes peligros.

El primero de ellos es que el alma puede llegar a reprimir el Espíritu. Siendo el alma de cada individuo única, no podemos estereotipar comportamientos, de manera que haré una pequeña aproximación a la conducta.

Como ya he mencionado, el alma está dotada de dones entre los cuales podemos distinguir tres grandes facultades: intelectual, emocional y volitiva, entre las cuales se mueve el cristiano anímico. Algunos se inclinan más por la mente, otros por la emoción y otros por la voluntad. Así que, no importando lo que diga el Espíritu, buscarán contextos congregacionales que se acomoden a su estilo de vida, haciendo caso omiso a la unidad de la iglesia y el cuerpo de Cristo.

Los que se adhieren a la mente pueden discernir la carnalidad de aquellos que caen bajo la emoción o la voluntad, y viceversa. Son creyentes que acomodan lo espiritual a su percepción de la vida, entonces quienes no comulgan con su visión están próximos al juicio y sectarismo.

Tal situación es verdaderamente peligrosa. La unidad de la iglesia se ve fuertemente amenazada por cristianos guiados por las facultades de su alma. El Espíritu no tiene lugar en ellos. En consecuencia, se apaga y se extingue (1Tes. 5:19).

El segundo, es que el alma fortalece la asociación con los apetitos del cuerpo. Siguiendo la ilustración del amo, el mayordomo y la sirvienta, existe una unión de interés mutuo entre el mayordomo y la sirvienta. Ambos se necesitan y proveen para sus satisfacciones. Así el alma es una con el cuerpo. Los apetitos de la carne también son los apetitos del alma. Notemos que las obras de la carne mencionadas en el libro de Gálatas, tienen como objetivo satisfacer tanto los apetitos del cuerpo como del alma. De manera que un cristiano anímico está permanentemente propenso a ser tentado a satisfacer sus deseos carnales. En conclusión, toda su fuerza «espiritual» esta focalizada a satisfacer algo de sí; no logra desprenderse hacia los demás, busca siempre su comodidad y beneficio. Su alma está atrapada por su cuerpo y su cuerpo por el alma.

Por último, el alma se hace vulnerable a la operación de Satanás. Si seguimos la secuencia de la vida de Judas, el que entregó a Jesús, nos daremos cuenta que este discípulo, no buscaba la unidad íntima con su maestro y co-discípulos. Tenía un serio interés en satisfacer sus necesidades; amaba el dinero. Tal situación permitió que Satanás sembrara en su corazón la traición y luego hiciera en él su morada. La insatisfacción consigo mismo le llevó a la confusión y posteriormente a la muerte, que, en resumen, es el propósito de la operación maligna.

Nuestra alma requiere de un Pastor y Obispo

Hermanos, conociendo los peligros de ser conducidos por el alma suplantando la actividad del Espíritu, no nos queda más que entregarnos al Señor. Nuestra alma requiere de un Pastor que la gobierne, y un Obispo que vigile por ella. Jesús es el buen Pastor y también el Obispo del alma. Sólo en él estaremos seguros. Él nos dará el aprendizaje necesario para oír su Espíritu y hacer su voluntad.

«Bendice, alma mía, al Señor».